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Con el lechón riojano |
Se disipan las
noticias sobre Claudio María Domínguez. Una pena. Por lo menos siguen jodiendo con
lo de aquel chanta filipino. Y con el lechón riojano. Yo quisiera que Domínguez
se hundiera realmente, pero no creo que pase. Y al decir esto, me pregunto una
vez más si está bien desearle el mal a la gente. Yo pensaba que sólo le deseaba
el mal a Mirtha Legrand, pero, evidentemente, me equivocaba. Se pueden decir
muchas cosas malas sobre Claudio María Domínguez. Así por ejemplo: que roba frases
de todos lados por más que los autores de las mismas se opongan y odien entre
sí; todo con el objeto de tener algo que decir ante las inquietudes de sus ávidos
oyentes, proferir algún flato verbal con el cual llenar el vacío de respuestas.
Y así Claudio María Domínguez se siente tan cómodo citando a Cristo Jesús como
a Friedrich Nietzsche, por más que el segundo elaboró buena parte de sus ideas
para despreciar y contradecir al primero. Porque para Claudio María Domínguez
todo viene bien, todo lo que tenga algún renombre, alguna chapa, sin importar
que las gloriosas condecoraciones adornen los uniformes de ejércitos enemigos
entre sí. También puede decirse de Domínguez que recomienda o ha recomendado
toda clase de timadores, así como lo hizo con Alex Orbito, el ya aludido
filipino del orto que supuestamente te curaba con “cirugías psíquicas”, las
cuales cirugías, sin embargo, no eran más que truquitos de magia amateur.
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Tan DULCE... |
Pero acaso lo
más grave en lo que Domínguez se empeña es en efectivizar una sistemática
apología del delito. Porque, cambiando un poco las palabras pero no el sentido,
Domínguez, sobre todo a los desamparados espirituales que van en busca de su
ayuda, les dice cosas como las siguientes: Y mirá, chabón, si a vos te violaron
cuando eras un pendejito de seis años, tené cuidado; pensá, porque seguro que hace
una o dos vidas vos también te violaste a un chaval. O mirá, loca, si a vos te violó
un tipo, por algo será; ¡pero no por las razones que a veces esgrimen los
machistas!,
id est, que vos lo provocaste
al tipo; no, la razón por la que te violaron es que, en tu vida pasada, seguro
que vos también te violaste a alguien. O mirá, judío, si a vos te torturaron
los nazis, seguro que vos en la vida anterior fuiste un ario de mierda que también
torturó. Y así sucesivamente. No es que esté bien lo que te pasa, ¿viste?, pero
ahora sabés que te lo merecías. Ergo, el pedófilo, el violador y el torturador,
son simples justicieros. Así que dale, puto, comprá mi libro… Desde luego que
Claudio María Domínguez no utiliza exactamente estas palabras: él es más, pero
mucho más… DULCE…, y con sus eufemismos
—con su melosidad, su edulcorante, su vaselina— va para adelante. Sobre esto,
para un buen entendedor, no hay mucho más que comentar. Casi sobran las palabras.
Al gurú hay que procesarlo, y listo.
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Entre Hawking y Einstein |
Beto Casella
es un tipo que me cae bien. Las boludeces que hace en la tele, las hace con
mucho estilo. Pero parece que Beto es amigo de Domínguez. Dice que lo vio hacer
como cuarenta obras de bien. Pero escuchame… , Beto, ¿no te das cuenta de que
hacer cuarenta obras de bien puede ser un gran negocio? En fin, no
desarrollemos trivialidades. El caso es que Beto, quien ya llevaba a Domínguez
de vez en cuando a su programa de TV antes del “escándalo”, lo llevó de nuevo
un par de veces después para que Domínguez hiciera su descargo en relación a
las acusaciones que había recibido últimamente. Beto tiene mucho estilo, ya lo
dije. Hablando de las cosas más ridículas y mersas de la tele, rara vez él
mismo queda en ridículo. La mueve con las cámaras. Tiene un aplomo barrial que
contrasta bien con sus trajes de colores o de fantasía. Ahora bien, para ir al
grano, Claudio María Domínguez, al menos una de las veces en que fue a
defenderse a
Bendita, lo
agarraba a Beto. Lo abrazaba pegajoso, le
acercaba la cara, onda amistad. El Beto parecía incómodo —o por lo menos yo no
concebía ni la más remota posibilidad de que pudiera no estar incómodo—. “Sentate,
Claudio, ponete cómodo”, le decía reiteradamente. Pero Claudio, algo histérico,
se quedaba parado y seguía verborreando. A veces volvía a agarrar a Beto y le acercaba
la cara. Yo tenía que mirar para otro lado. Sentía vergüenza ajena, uno de los
sentimientos más embarazosos que hay. Beto, sin embargo, la piloteaba; con su
cancha, conseguía no ponerse colorado. Hombre, no quiero decir que un abrazo
amistoso esté mal, desde luego. Lo que digo es que los abrazos de Claudio María
Domínguez me daban vergüenza ajena. El chabón parecía sudado, casi roñoso, como
si se hubiese pasado varios días sin cambiarse de ropa. Y en vela… Todo sea por
“salvar” su imagen…
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A punto de grasear |
Quiero decir
que, a no ser por sus apologías del delito, no me sorprenden las demás chantadas
de Domínguez. Después de todo, el mundo está lleno de chantas. Pero lo que sí
me asombra, lo que para mí hace que Claudio María Domínguez sea especial, es lo
grasa que es. Y lo ridículo. Es tan aceitoso, tan empalagoso, se ríe con tanta
cara de imbécil, lloriquea con tan bajo melindre, que no lo puedo creer.
Incluso su lenguaje soez es ridículo y grasa a más no poder. A su lado,
cualquiera de la 12 es un caballero. En su condición de grasa, sólo es
comparable a Marcelo Araujo, el relator de fútbol. Claudio María Domínguez es
mucho más cursi que Virginia Lago. Para tomar un ejemplo, ¿a quién si no a la
encarnación del sumo grotesco se le podía ocurrir utilizar la palabra “chotito”
para acariciar a sus oyentes? Ojo: el diminutivo es fundamental. Los
diminutivos de Domínguez hacen que oscile a alta frecuencia entre lo grasa y lo
ridículo. Es difícil aceptar que multitudes enteras no se percaten de tan
empalagosa crasitud, y esto también me hace pensar. ¿Es imprescindible que las
masas tengan para algunas cosas un gusto tan grasún? ¿Son los Domínguez, los
Menem, los Tinelli,
qua grasa-cursis,
una condición necesaria en todos los mundos posibles?
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La sabiduría del aceite |
Retomando
ahora un punto anterior, puede criticársele a Domínguez que trata de conciliar
extremos opuestos para quedar bien con Dios y con el Diablo. Trata de atraer
todos los públicos concebibles por más que ellos sean enemigos entre sí, porque
se trata de aumentar la audiencia
a como
dé lugar. Sin embargo, con esta crítica habría que tener un poco de
cuidado. Desde hace mucho y al menos hasta ahora, creo que resolver las
contradicciones que reportan las posturas opuestas es un buen ideal para la
filosofía. De hecho, el nombre de este blog —al menos por el momento— incluye
la palabra “eclecticismo”. La idea nuclear detrás de este fin es una suerte de “filosofía
del criterio”, según la cual deben investigarse las condiciones, de haberlas,
en las que cierto extremo es razonable, y en cuáles no lo es. Pero no es esto
lo que hace Claudio María Domínguez. Para él todo vale mientras satisfaga el
siguiente criterio mínimo: que la idea le venga bien para demostrar una supuesta
sabiduría. Si Nietzsche viene bien, traigamos a Nietzsche. Si Cristo viene
bien, traigamos a Cristo. Si Sade viene bien, pues… ¿Sade? Pero bueno, tal vez
el tipo no sea realmente un chanta, sino una persona de escasa inteligencia,
incapaz de ver tensiones y detalles de lógica elemental. No sé qué sería más
insultante para él.
Recapitulando,
nos quedamos con tres preguntas: ¿es bueno desearle el mal a los enemigos? ¿Es
la vulgaridad más espantosa un mal necesario de la civilización? Y por último,
¿cómo podría realmente la idea del eclecticismo conservarse como un ideal
filosófico después de que Claudio María Domínguez la ha bastardeado de un modo
tan ofensivo para el buen gusto? Por lo demás, las respuestas a estas
cuestiones exceden con mucho a la presente entrada.
1 comentario:
Cuanto odio en tus palabras. Que tendrás que resolver para tanta agresividad.
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