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domingo, 3 de junio de 2012

Claudio María Domínguez






Con el lechón riojano
Se disipan las noticias sobre Claudio María Domínguez. Una pena. Por lo menos siguen jodiendo con lo de aquel chanta filipino. Y con el lechón riojano. Yo quisiera que Domínguez se hundiera realmente, pero no creo que pase. Y al decir esto, me pregunto una vez más si está bien desearle el mal a la gente. Yo pensaba que sólo le deseaba el mal a Mirtha Legrand, pero, evidentemente, me equivocaba. Se pueden decir muchas cosas malas sobre Claudio María Domínguez. Así por ejemplo: que roba frases de todos lados por más que los autores de las mismas se opongan y odien entre sí; todo con el objeto de tener algo que decir ante las inquietudes de sus ávidos oyentes, proferir algún flato verbal con el cual llenar el vacío de respuestas. Y así Claudio María Domínguez se siente tan cómodo citando a Cristo Jesús como a Friedrich Nietzsche, por más que el segundo elaboró buena parte de sus ideas para despreciar y contradecir al primero. Porque para Claudio María Domínguez todo viene bien, todo lo que tenga algún renombre, alguna chapa, sin importar que las gloriosas condecoraciones adornen los uniformes de ejércitos enemigos entre sí. También puede decirse de Domínguez que recomienda o ha recomendado toda clase de timadores, así como lo hizo con Alex Orbito, el ya aludido filipino del orto que supuestamente te curaba con “cirugías psíquicas”, las cuales cirugías, sin embargo, no eran más que truquitos de magia amateur.
Tan DULCE...
Pero acaso lo más grave en lo que Domínguez se empeña es en efectivizar una sistemática apología del delito. Porque, cambiando un poco las palabras pero no el sentido, Domínguez, sobre todo a los desamparados espirituales que van en busca de su ayuda, les dice cosas como las siguientes: Y mirá, chabón, si a vos te violaron cuando eras un pendejito de seis años, tené cuidado; pensá, porque seguro que hace una o dos vidas vos también te violaste a un chaval. O mirá, loca, si a vos te violó un tipo, por algo será; ¡pero no por las razones que a veces esgrimen los machistas!, id est, que vos lo provocaste al tipo; no, la razón por la que te violaron es que, en tu vida pasada, seguro que vos también te violaste a alguien. O mirá, judío, si a vos te torturaron los nazis, seguro que vos en la vida anterior fuiste un ario de mierda que también torturó. Y así sucesivamente. No es que esté bien lo que te pasa, ¿viste?, pero ahora sabés que te lo merecías. Ergo, el pedófilo, el violador y el torturador, son simples justicieros. Así que dale, puto, comprá mi libro… Desde luego que Claudio María Domínguez no utiliza exactamente estas palabras: él es más, pero mucho más… DULCE…, y con sus eufemismos —con su melosidad, su edulcorante, su vaselina— va para adelante. Sobre esto, para un buen entendedor, no hay mucho más que comentar. Casi sobran las palabras. Al gurú hay que procesarlo, y listo.
Entre Hawking y Einstein
Beto Casella es un tipo que me cae bien. Las boludeces que hace en la tele, las hace con mucho estilo. Pero parece que Beto es amigo de Domínguez. Dice que lo vio hacer como cuarenta obras de bien. Pero escuchame… , Beto, ¿no te das cuenta de que hacer cuarenta obras de bien puede ser un gran negocio? En fin, no desarrollemos trivialidades. El caso es que Beto, quien ya llevaba a Domínguez de vez en cuando a su programa de TV antes del “escándalo”, lo llevó de nuevo un par de veces después para que Domínguez hiciera su descargo en relación a las acusaciones que había recibido últimamente. Beto tiene mucho estilo, ya lo dije. Hablando de las cosas más ridículas y mersas de la tele, rara vez él mismo queda en ridículo. La mueve con las cámaras. Tiene un aplomo barrial que contrasta bien con sus trajes de colores o de fantasía. Ahora bien, para ir al grano, Claudio María Domínguez, al menos una de las veces en que fue a defenderse a Bendita, lo agarraba a Beto. Lo abrazaba pegajoso, le acercaba la cara, onda amistad. El Beto parecía incómodo —o por lo menos yo no concebía ni la más remota posibilidad de que pudiera no estar incómodo—. “Sentate, Claudio, ponete cómodo”, le decía reiteradamente. Pero Claudio, algo histérico, se quedaba parado y seguía verborreando. A veces volvía a agarrar a Beto y le acercaba la cara. Yo tenía que mirar para otro lado. Sentía vergüenza ajena, uno de los sentimientos más embarazosos que hay. Beto, sin embargo, la piloteaba; con su cancha, conseguía no ponerse colorado. Hombre, no quiero decir que un abrazo amistoso esté mal, desde luego. Lo que digo es que los abrazos de Claudio María Domínguez me daban vergüenza ajena. El chabón parecía sudado, casi roñoso, como si se hubiese pasado varios días sin cambiarse de ropa. Y en vela… Todo sea por “salvar” su imagen…
A punto de grasear
Quiero decir que, a no ser por sus apologías del delito, no me sorprenden las demás chantadas de Domínguez. Después de todo, el mundo está lleno de chantas. Pero lo que sí me asombra, lo que para mí hace que Claudio María Domínguez sea especial, es lo grasa que es. Y lo ridículo. Es tan aceitoso, tan empalagoso, se ríe con tanta cara de imbécil, lloriquea con tan bajo melindre, que no lo puedo creer. Incluso su lenguaje soez es ridículo y grasa a más no poder. A su lado, cualquiera de la 12 es un caballero. En su condición de grasa, sólo es comparable a Marcelo Araujo, el relator de fútbol. Claudio María Domínguez es mucho más cursi que Virginia Lago. Para tomar un ejemplo, ¿a quién si no a la encarnación del sumo grotesco se le podía ocurrir utilizar la palabra “chotito” para acariciar a sus oyentes? Ojo: el diminutivo es fundamental. Los diminutivos de Domínguez hacen que oscile a alta frecuencia entre lo grasa y lo ridículo. Es difícil aceptar que multitudes enteras no se percaten de tan empalagosa crasitud, y esto también me hace pensar. ¿Es imprescindible que las masas tengan para algunas cosas un gusto tan grasún? ¿Son los Domínguez, los Menem, los Tinelli, qua grasa-cursis, una condición necesaria en todos los mundos posibles?
La sabiduría del aceite
Retomando ahora un punto anterior, puede criticársele a Domínguez que trata de conciliar extremos opuestos para quedar bien con Dios y con el Diablo. Trata de atraer todos los públicos concebibles por más que ellos sean enemigos entre sí, porque se trata de aumentar la audiencia a como dé lugar. Sin embargo, con esta crítica habría que tener un poco de cuidado. Desde hace mucho y al menos hasta ahora, creo que resolver las contradicciones que reportan las posturas opuestas es un buen ideal para la filosofía. De hecho, el nombre de este blog —al menos por el momento— incluye la palabra “eclecticismo”. La idea nuclear detrás de este fin es una suerte de “filosofía del criterio”, según la cual deben investigarse las condiciones, de haberlas, en las que cierto extremo es razonable, y en cuáles no lo es. Pero no es esto lo que hace Claudio María Domínguez. Para él todo vale mientras satisfaga el siguiente criterio mínimo: que la idea le venga bien para demostrar una supuesta sabiduría. Si Nietzsche viene bien, traigamos a Nietzsche. Si Cristo viene bien, traigamos a Cristo. Si Sade viene bien, pues… ¿Sade? Pero bueno, tal vez el tipo no sea realmente un chanta, sino una persona de escasa inteligencia, incapaz de ver tensiones y detalles de lógica elemental. No sé qué sería más insultante para él.
Recapitulando, nos quedamos con tres preguntas: ¿es bueno desearle el mal a los enemigos? ¿Es la vulgaridad más espantosa un mal necesario de la civilización? Y por último, ¿cómo podría realmente la idea del eclecticismo conservarse como un ideal filosófico después de que Claudio María Domínguez la ha bastardeado de un modo tan ofensivo para el buen gusto? Por lo demás, las respuestas a estas cuestiones exceden con mucho a la presente entrada.

1 comentario:

Unknown dijo...

Cuanto odio en tus palabras. Que tendrás que resolver para tanta agresividad.