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sábado, 17 de noviembre de 2012

Ejecución rusa




1. La zarigüeya Didelphis albiventris
1. La zarigüeya Didelphis albiventris
Dale, no jodas, no des vueltas. Un escrito corto implica que no pienses casi nada. Sólo elegí el tema, porque si no las palabras se multiplican y vas muerto. Aprendiste muchas cosas en el último tiempo. Adelante. Sí, sí, en efecto, la entrada sobre tu abuela. Vos eras un chiquillo de unos diez años, tal vez menos. Estabas en la quinta de verduras, cerca de la antigua casa de los peones. En frente estaba el amplio gallinero. Entraste con tu abuela… Pero alto, porque al bicho ya lo habías visto antes. Primero hablemos de eso. Creés que había sido al poco de levantarte. Por ese tiempo te levantabas temprano, como un chico normal. Se ve que sabías lo de la trampa desde el día anterior. Probablemente, cuando te levantaste tu madre te dijo que había funcionado. Entonces fuiste solo al gallinero. Te acercaste con sigilo, cauteloso por el miedo. Más acechando con “c” que asechando con “s”. Interrupción. ¿No debería escribir sobre otra cosa? ¿Algún tema filosófico, tal vez? Porque hace tiempo que quiero deslumbrar al mundo con mis reflexiones sobre el presente, verbigracia. No. Callate. Volvé a tu niñez en el campo. Te acercaste al gallinero y, en su interior, viste al animal. Se había sospechado que era una comadreja. Pensaste que lo era. Luego todos por allí declararon que lo era. Sin embargo hoy, después de decenios, no estás seguro. Tendrías que googlearlo. Pero no lo hagas ahora, sino durante la corrección de este texto. No ahora, no pierdas el hilo. ¡Modérese, Herr…!
2. El bicho
2. El bicho
Salto al futuro (corrección). Prolongada investigación en Internet. Breves datos transcriptos. Probablemente se trataba de una zarigüeya, de la especie Didelphis albiventris, la mal llamada “comadreja” —y calificada de “overa”, “mora”, “picaza”, etcétera— en Argentina. Viendo las fotos, el animal coincide muy bien con el recuerdo. La zarigüeya es un marsupial, como los canguros, mientras que la comadreja es un mustélido. La zarigüeya es omnívora, como el hombre, mientras que la comadreja es carnívora. En cierto sentido, la zarigüeya es una de las especies más antiguas del planeta. Se sustituye “comadreja” por “zarigüeya” en lo que resta. Gran compasión por las crueldad con que se mata a estos animales. —Ver aquí informe de la ADAY (México).— El caso aquí referido es sólo uno más (pero la pluma es diferente). Dados los miles de millones que somos, una parte de nosotros es un absoluto estereotipo. Mínima “complejidad efectiva”, en términos de Murray Gell-Mann. Se nos determina con dos o tres líneas, tan sólo algunos ceros y unos en la memoria de una computadora. Una parte de nosotros. Salto al pasado (primer borrador).
El bicho estaba ahí, en silencio. Pese a la funesta situación en la que se encontraba, parecía moverse con tranquilidad; incluso con gracia, se diría, casi con encanto. Lo viste a la distancia, a través de la malla del alambrado. Estaba hacia el fondo del gallinero, al lado de un árbol interno. Ni se te ocurrió entrar para acercártele. Pero ya desde lejos sentiste compasión por él. Era el bicho que se había comido varias gallinas, pero estaba allí, indefenso. Recordás cómo tu abuela había enarbolado una pata de gallina, el resto intacto de un banquete de la zarigüeya; recordás cómo la había blandido en el aire, amenazadoramente. La trampa había agarrado al bicho por la cola. Una trampa sin dientes, herrumbrosa, no muy grande. Acaso una trampa para animales del tamaño de las zarigüeyas. La cola de la zarigüeya casi no tiene pelo (por eso, supongo, en Venezuela le dicen “rabipelado”). Pobre animal. No tuvo la suerte de morir enseguida, digamos que por acción de la misma trampa. Sin embargo, dado la gran resistencia de estos animales, es dudoso que una trampa como aquélla la hubiese matado. No tuvo suerte. Interrupción. No sé si una entrada sobre el presente quedaría bien a esta altura de la actual serie de textos. Tendría una complejidad filosófica que me preocuparía bastante, por su disonancia. Ya en el ensayo sobre el paralítico tal vez hayan disonado algunos fragmentos filosóficos. Igual no estoy seguro de mi postura sobre las disonancias aquí. Disonancias derivadas de la abstracción y los tecnicismos. Pero hay otra cosa que ahora me preocupa más: es que no revisé la variación temática de la serie y no sé si una entrada sobre el presente quedaría bien ubicada en este punto. Porque realmente me gustaría que la serie llegase a estar compensada temáticamente en aras de un eclecticismo que sin embargo no está completamente delineado. No te preocupes por eso ahora. Después lo mirás. En la próxima te fijás sobre qué tema quedaría bien la próxima entrada. Ahora volvé a tu infancia.
3. La “verdadera” comadreja
3. La verdadera comadreja
Entonces era la mañana y estabas solo. Te quedaste mirando a la zarigüeya a través del alambrado. Estaba acostada; te daba la espalda. Parecía lamerse, a veces mordisquearse. Cada tanto se levantaba y, en la medida en que su cola apresada se lo permitía, giraba un poco para colocarse en una postura más cómoda. Tenés la impresión de que hacía frío. La zarigüeya tenía el pelaje largo y parado, un poco hirsuto. Te hace acordar a Chicho cuando está acostado papando moscas. Chicho es tu perro más viejo. Le dicen Chicho, pero se llama Alien. Chicho lanza fulmíneos ataques a las moscas; somete a las hormigas a tremendos exámenes; mordisquea en éxtasis sus pulgas; hinca su colmillo en alguna garrapata inflada de sangre. Chicho también se levanta a veces, gira sobre sí mismo y se vuelve a acostar. Ambas imágenes, la de la zarigüeya y la de Chicho, distan más de treinta años. La zarigüeya no chillaba. No sabés si su cola apresada la hacía sufrir mucho, pero si lo hacía no se notaba, salvo quizá por su búsqueda de nuevas posturas. Creés que hacía frío. Tal vez porque su pelaje estaba largo y parado. No, la zarigüeya no se encontraba bien en ninguna postura. No era para menos, porque tenía la cola apresada. Te parece que la trampa le había agarrado la punta de la cola, pero, aunque así fuera, no sabés si por eso habría sufrido menos. Igual ahora te parece que sufría. En silencio, eso sí. No chillaba; ni siquiera gemía. Parecía resignada. O no sabía lo que le esperaba. No podía comprender lo que le estaba sucediendo, por qué tenía esos hierros apresándole la cola. Interrupción (casi sin aliento). Debo encontrar un lugar para mis escritos filosóficos. Tal vez un blog aparte. Seguro que esos escritos, esas “investigaciones”, no me demandarán tanta corrección literaria. No van a ser textos sencillos, pero serán grandiosos. Sí, ya sé. Querés enseñarle a esa gente lo que es filosofar a lo grande. Pensás que desde Leibniz nadie volvió a filosofar a lo grande. Alguien podría mencionar a Hegel como una excepción, pero vos de Hegel no sabés una goma. Sólo sabés lo que te contaron. No importa.
4. Comadreja menor (Mustela nivalis)
4. Comadreja menor (Mustela nivalis)
Volviste al gallinero más tarde, pero esta vez con tu abuela. Ella venía de cortar verdura, seguramente lechuga o acelga. Tu abuela era eslava. Era bajita y maciza. De ella heredaste tus piernas poderosas. Usaba pantalones como los de un hobbit. Era brava, la rusa. Entraron en el gallinero. Tu abuela se acomodó el pelo rubio y lacio; lo llevaba corto y peinado hacia el costado y hacia atrás. Miraba al bicho. Vos mirabas alternadamente al bicho y a tu abuela. Tu abuela era fuerte, un poco gorda. Mirabas sus ojos del color de un cielo de verano sobre la nieve. Celestes, con asomos de frío azul. Su mirada iba encendiéndose mientras se acercaba a la zarigüeya. Sus ojos se cargaban de furia homicida. Helena Romanowicz. La querías. Interrupción: ¿Qué haré con la física? Estudiala. ¿Qué haré con mi novela filosófica? Por lo pronto, corregila hasta el final. ¿Podré entregarme a mi obra como Schopenhauer, en el mar de la indiferencia, ignorado y despreciado por los cerebros vulgares? En el peor de los casos, chico, en el peor de los casos. ¿Es mi música demasiado buena para los vieneses? No se trata tanto de cuán buena sea, sino de si se ejecuta o no en la corte del rey. ¿Qué haré con mis investigaciones eudemonológicas? Como en el principio, encontraste un lugar para ellas en tu diario. ¿Y con mi Sistema, y con mi metafilosofía? Terminalo todo. ¿Se dividirá la especie entre seres hermosos y estúpidos, por un lado, y monstruos subterráneos y caníbales por el otro? Volvé a tu infancia. Tu abuela agarró un palo. Mi abuela. Todavía parecía tranquila, como un experimentado verdugo. La zarigüeya se levantó cuando llegamos hasta ella. Se volvió hacia nosotros y miró a mi abuela. No es probable, pero me figuro que en su mirada había un pedido de clemencia. Mi abuela empezó a pegarle con todas sus fuerzas, y a cada golpe su cólera se expresaba más. “Vos querías mis gallinas, ¿eh?”, le decía al animal. Yo, inmóvil, miraba la ejecución. Una sorda compasión me embargaba, acallada por la impresión y el abismo. A cada golpe, me compadecí, pero era como si aquello debiera ocurrir. No puedo entenderlo. Su cabeza estaba ensangrentada. “Yo te voy a dar mi gallina”, le decía mi abuela, y le pegaba más. La molía a palos. “Yo te voy a dar gallinas a vos.” Mi abuela mostraba los dientes. Tenía postizos, pero algunos eran de ella. Acaso los colmillos amarillentos. Tomaba mucha leche. Le gustaba el queso y el cerdo. Como en su Rusia natal bajo la nieve.
La zarigüeya tuvo convulsiones antes de morir. Era aterrador, algo increíblemente horrendo. Estiraba el cuello, como queriendo alejar la cabeza de la zona de los impactos. Pero igual mi abuela le rompió la cabeza. La zarigüeya murió, pero mi abuela le siguió pegando después de eso. El bicho seguía moviéndose, es cierto, pero sólo por la fuerza de los golpes sobre su cuerpo. La furia de mi abuela parecía exigir una satisfacción adicional. Yo no hice ningún sonido en ningún momento. Cuando todo terminó, me fui en silencio. Mi abuela no era lo que se dice una mala persona, sino más bien todo lo contrario. Quería a los suyos, hasta el final. Tenía carácter, era fuerte. No le fueras a tocar a los suyos. Ni siquiera a sus gallinas: sólo ella podía matarlas, cortándoles el cuello. Y no era lo que se dice una mala persona, sino todo lo contrario. Podía ser la mar de dulce con sus dos nietos. Recuerdo que una vez me dijo: Yo no tengo miedo, yo no hago mal a nadie, pero si me tocan a mi familia yo voy a luchar hasta la “morte”. Mi abuela nunca aprendió bien el español. Decía “levórver”, por ejemplo, en vez de “revólver”. Era una mujer guapa y graciosa. Era graciosa en el mejor sentido del término. Y era una mujer a la que le gustaba la alegría.
5. La pobre “comadreja overa”
5. La pobre comadreja overa
Tópicos o trivialidades: El gregarismo y la guerra están en nuestra naturaleza. Cuidamos de los nuestros y nos defendemos sin piedad de los invasores. Somos afables con nuestras crías y aterradores con nuestras presas. Domina el más fuerte. El poder de los pobres radica en su número frente a los ricos. Como todo el mundo sabe, el capitalismo es la versión cultural de la ley de la selva. Y la guerra verbal no tiene nada de pacífico, o no más que el boxeo. Tal vez todo esto sea superado alguna vez, pero sólo con el paso de los eones. Hay santos, pero son pocos. También hay personas realmente diabólicas, pero por suerte también son pocas. Quizá alguna vez nos preocupemos por el bien de todos los seres vivos de nuestro alrededor. Pero el problema es que, por más grande e inclusivo que sea nuestro grupo, siempre habrá un extranjero, un bárbaro. Esto es verdad a nivel cósmico. Cuando el último extraño sea comprendido, el tiempo se detendrá.