1. La zarigüeya Didelphis albiventris |
Dale,
no jodas, no des vueltas. Un escrito corto implica que no pienses casi nada. Sólo
elegí el tema, porque si no las palabras se multiplican y vas muerto. Aprendiste
muchas cosas en el último tiempo. Adelante. Sí, sí, en efecto, la entrada sobre
tu abuela. Vos eras un chiquillo de unos diez años, tal vez menos. Estabas en
la quinta de verduras, cerca de la antigua casa de los peones. En frente estaba
el amplio gallinero. Entraste con tu abuela… Pero alto, porque al bicho ya lo habías
visto antes. Primero hablemos de eso. Creés que había sido al poco de
levantarte. Por ese tiempo te levantabas temprano, como un chico normal. Se ve
que sabías lo de la trampa desde el día anterior. Probablemente, cuando te
levantaste tu madre te dijo que había funcionado. Entonces fuiste solo al
gallinero. Te acercaste con sigilo, cauteloso por el miedo. Más acechando con
“c” que asechando con “s”. Interrupción. ¿No debería escribir sobre otra cosa?
¿Algún tema filosófico, tal vez? Porque hace tiempo que quiero deslumbrar al
mundo con mis reflexiones sobre el presente, verbigracia. No. Callate. Volvé a
tu niñez en el campo. Te acercaste al gallinero y, en su interior, viste al
animal. Se había sospechado que era una comadreja. Pensaste que lo era. Luego
todos por allí declararon que lo era. Sin embargo hoy, después de decenios, no
estás seguro. Tendrías que googlearlo. Pero no lo hagas ahora, sino durante la
corrección de este texto. No ahora, no pierdas el hilo. ¡Modérese, Herr…!
2. El bicho |
Salto
al futuro (corrección). Prolongada investigación en Internet. Breves datos transcriptos.
Probablemente se trataba de una zarigüeya, de la especie Didelphis albiventris, la mal llamada “comadreja” —y
calificada de “overa”, “mora”, “picaza”, etcétera— en Argentina. Viendo las
fotos, el animal coincide muy bien con el recuerdo. La zarigüeya es un
marsupial, como los canguros, mientras que la comadreja es un mustélido. La
zarigüeya es omnívora, como el hombre, mientras que la comadreja es carnívora. En
cierto sentido, la zarigüeya es una de las especies más antiguas del planeta. Se
sustituye “comadreja” por “zarigüeya” en lo que resta. Gran compasión por las
crueldad con que se mata a estos animales. —Ver aquí informe de la ADAY (México).— El caso aquí referido es sólo
uno más (pero la pluma es diferente). Dados los miles de millones que somos,
una parte de nosotros es un absoluto estereotipo. Mínima “complejidad efectiva”,
en términos de Murray Gell-Mann. Se nos determina con dos o tres líneas, tan
sólo algunos ceros y unos en la memoria de una computadora. Una parte de
nosotros. Salto al pasado (primer borrador).
El
bicho estaba ahí, en silencio. Pese a la funesta situación en la que se
encontraba, parecía moverse con tranquilidad; incluso con gracia, se diría, casi
con encanto. Lo viste a la distancia, a través de la malla del alambrado. Estaba
hacia el fondo del gallinero, al lado de un árbol interno. Ni se te ocurrió
entrar para acercártele. Pero ya desde lejos sentiste compasión por él. Era el
bicho que se había comido varias gallinas, pero estaba allí, indefenso.
Recordás cómo tu abuela había enarbolado una pata de gallina, el resto intacto
de un banquete de la zarigüeya; recordás cómo la había blandido en el aire,
amenazadoramente. La trampa había agarrado al bicho por la cola. Una trampa sin
dientes, herrumbrosa, no muy grande. Acaso una trampa para animales del tamaño
de las zarigüeyas. La cola de la zarigüeya casi no tiene pelo (por eso,
supongo, en Venezuela le dicen “rabipelado”). Pobre animal. No tuvo la suerte
de morir enseguida, digamos que por acción de la misma trampa. Sin embargo, dado
la gran resistencia de estos animales, es dudoso que una trampa como aquélla la
hubiese matado. No tuvo suerte. Interrupción. No sé si una entrada sobre el presente quedaría bien a esta altura de
la actual serie de textos. Tendría una complejidad filosófica que me
preocuparía bastante, por su disonancia. Ya en el ensayo sobre el paralítico tal
vez hayan disonado algunos fragmentos filosóficos. Igual no estoy seguro de mi
postura sobre las disonancias aquí. Disonancias derivadas de la abstracción y
los tecnicismos. Pero hay otra cosa que ahora me preocupa más: es que no revisé
la variación temática de la serie y no sé si una entrada sobre el presente
quedaría bien ubicada en este punto. Porque realmente me gustaría que la serie llegase
a estar compensada temáticamente en aras de un eclecticismo que sin embargo no
está completamente delineado. No te preocupes por eso ahora. Después lo mirás.
En la próxima te fijás sobre qué tema quedaría bien la próxima entrada. Ahora
volvé a tu infancia.
3. La “verdadera” comadreja |
Entonces
era la mañana y estabas solo. Te quedaste mirando a la zarigüeya a través del
alambrado. Estaba acostada; te daba la espalda. Parecía lamerse, a veces mordisquearse.
Cada tanto se levantaba y, en la medida en que su cola apresada se lo permitía,
giraba un poco para colocarse en una postura más cómoda. Tenés la impresión de
que hacía frío. La zarigüeya tenía el pelaje largo y parado, un poco hirsuto. Te
hace acordar a Chicho cuando está acostado papando moscas. Chicho es tu perro
más viejo. Le dicen Chicho, pero se llama Alien. Chicho lanza fulmíneos ataques
a las moscas; somete a las hormigas a tremendos exámenes; mordisquea en éxtasis
sus pulgas; hinca su colmillo en alguna garrapata inflada de sangre. Chicho
también se levanta a veces, gira sobre sí mismo y se vuelve a acostar. Ambas
imágenes, la de la zarigüeya y la de Chicho, distan más de treinta años. La
zarigüeya no chillaba. No sabés si su cola apresada la hacía sufrir mucho, pero
si lo hacía no se notaba, salvo quizá por su búsqueda de nuevas posturas. Creés
que hacía frío. Tal vez porque su pelaje estaba largo y parado. No, la zarigüeya
no se encontraba bien en ninguna postura. No era para menos, porque tenía la
cola apresada. Te parece que la trampa le había agarrado la punta de la cola,
pero, aunque así fuera, no sabés si por eso habría sufrido menos. Igual ahora
te parece que sufría. En silencio, eso sí. No chillaba; ni siquiera gemía.
Parecía resignada. O no sabía lo que le esperaba. No podía comprender lo que le
estaba sucediendo, por qué tenía esos hierros apresándole la cola. Interrupción
(casi sin aliento). Debo encontrar un lugar para mis escritos filosóficos. Tal
vez un blog aparte. Seguro que esos escritos, esas “investigaciones”, no me
demandarán tanta corrección literaria. No van a ser textos sencillos, pero serán
grandiosos. Sí, ya sé. Querés enseñarle a esa gente lo que es filosofar a lo
grande. Pensás que desde Leibniz nadie volvió a filosofar a lo grande. Alguien podría
mencionar a Hegel como una excepción, pero vos de Hegel no sabés una goma. Sólo
sabés lo que te contaron. No importa.
4. Comadreja menor (Mustela nivalis) |
Volviste
al gallinero más tarde, pero esta vez con tu abuela. Ella venía de cortar
verdura, seguramente lechuga o acelga. Tu abuela era eslava. Era bajita y
maciza. De ella heredaste tus piernas poderosas. Usaba pantalones como los de un
hobbit. Era brava, la rusa. Entraron en el gallinero. Tu abuela se acomodó el
pelo rubio y lacio; lo llevaba corto y peinado hacia el costado y hacia atrás. Miraba
al bicho. Vos mirabas alternadamente al bicho y a tu abuela. Tu abuela era fuerte,
un poco gorda. Mirabas sus ojos del color de un cielo de verano sobre la nieve.
Celestes, con asomos de frío azul. Su mirada iba encendiéndose mientras se acercaba
a la zarigüeya. Sus ojos se cargaban de furia homicida. Helena Romanowicz. La querías.
Interrupción: ¿Qué haré con la física? Estudiala. ¿Qué haré con mi novela
filosófica? Por lo pronto, corregila hasta el final. ¿Podré entregarme a mi
obra como Schopenhauer, en el mar de la indiferencia, ignorado y despreciado
por los cerebros vulgares? En el peor de los casos, chico, en el peor de los
casos. ¿Es mi música demasiado buena para los vieneses? No se trata tanto de
cuán buena sea, sino de si se ejecuta o no en la corte del rey. ¿Qué haré con
mis investigaciones eudemonológicas? Como en el principio, encontraste un lugar
para ellas en tu diario. ¿Y con mi Sistema, y con mi metafilosofía? Terminalo
todo. ¿Se dividirá la especie entre seres hermosos y estúpidos, por un lado, y
monstruos subterráneos y caníbales por el otro? Volvé a tu infancia. Tu abuela
agarró un palo. Mi abuela. Todavía parecía tranquila, como un experimentado verdugo.
La zarigüeya se levantó cuando llegamos hasta ella. Se volvió hacia nosotros y
miró a mi abuela. No es probable, pero me figuro que en su mirada había un
pedido de clemencia. Mi abuela empezó a pegarle con todas sus fuerzas, y a cada
golpe su cólera se expresaba más. “Vos querías mis gallinas, ¿eh?”, le decía al
animal. Yo, inmóvil, miraba la ejecución. Una sorda compasión me embargaba,
acallada por la impresión y el abismo. A cada golpe, me compadecí, pero era como
si aquello debiera ocurrir. No puedo entenderlo. Su cabeza estaba
ensangrentada. “Yo te voy a dar mi gallina”, le decía mi abuela, y le pegaba
más. La molía a palos. “Yo te voy a dar gallinas a vos.” Mi abuela mostraba los
dientes. Tenía postizos, pero algunos eran de ella. Acaso los colmillos amarillentos.
Tomaba mucha leche. Le gustaba el queso y el cerdo. Como en su Rusia natal bajo
la nieve.
La
zarigüeya tuvo convulsiones antes de morir. Era aterrador, algo increíblemente
horrendo. Estiraba el cuello, como queriendo alejar la cabeza de la zona de los
impactos. Pero igual mi abuela le rompió la cabeza. La zarigüeya murió, pero mi
abuela le siguió pegando después de eso. El bicho seguía moviéndose, es cierto,
pero sólo por la fuerza de los golpes sobre su cuerpo. La furia de mi abuela
parecía exigir una satisfacción adicional. Yo no hice ningún sonido en ningún momento.
Cuando todo terminó, me fui en silencio. Mi abuela no era lo que se dice una
mala persona, sino más bien todo lo contrario. Quería a los suyos, hasta el
final. Tenía carácter, era fuerte. No le fueras a tocar a los suyos. Ni
siquiera a sus gallinas: sólo ella podía matarlas, cortándoles el cuello. Y no
era lo que se dice una mala persona, sino todo lo contrario. Podía ser la mar
de dulce con sus dos nietos. Recuerdo que una vez me dijo: Yo no tengo miedo,
yo no hago mal a nadie, pero si me tocan a mi familia yo voy a luchar hasta la
“morte”. Mi abuela nunca aprendió bien el español. Decía “levórver”, por
ejemplo, en vez de “revólver”. Era una mujer guapa y graciosa. Era graciosa en
el mejor sentido del término. Y era una mujer a la que le gustaba la alegría.
5. La pobre “comadreja overa” |
Tópicos
o trivialidades: El gregarismo y la guerra están en nuestra naturaleza.
Cuidamos de los nuestros y nos defendemos sin piedad de los invasores. Somos
afables con nuestras crías y aterradores con nuestras presas. Domina el más
fuerte. El poder de los pobres radica en su número frente a los ricos. Como
todo el mundo sabe, el capitalismo es la versión cultural de la ley de la
selva. Y la guerra verbal no tiene nada de pacífico, o no más que el boxeo. Tal
vez todo esto sea superado alguna vez, pero sólo con el paso de los eones. Hay
santos, pero son pocos. También hay personas realmente diabólicas, pero por
suerte también son pocas. Quizá alguna vez nos preocupemos por el bien de todos
los seres vivos de nuestro alrededor. Pero el problema es que, por más grande e
inclusivo que sea nuestro grupo, siempre habrá un extranjero, un bárbaro. Esto es
verdad a nivel cósmico. Cuando el último extraño sea comprendido, el tiempo se
detendrá.
1 comentario:
Muy triste lo que relataste de la zarigüeya...,no me agrada el hecho de que te vas de tema con facilidad. pero en general me gusto el relato,Ro
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