Lectura y frula (I) |
Para
mí leer es como peinar una línea. No leí a Martin Amis. Parece que algunos
sujetos trabajan mientras toman cocaína. Aspiran, trabajan, aspiran,
alternadamente. Peinar y aspirar cocaína, se diría, les da un estímulo para
seguir adelante. No sé muy bien por qué lo comparo con lo mío. Por los vicios
de la noche me levanto a la tarde. Entonces todas las actividades prácticas me
parecen mucho más allá de mis posibilidades. No es que me sienta incapacitado para
hacerlas, sino que experimento tal aversión hacia ellas que, al mirarlas en
perspectiva, me parecen un tormento. Entonces necesito leer. A veces estudiar,
o escribir, pero leer es lo que más funciona. Cuando me levanto estoy perdido y
voy en mi busca. Creo que esto es una consecuencia de los malos hábitos. En
fin, que agarro el libro y empiezo a pasar las líneas. Las aspiro como oxígeno
para mi cerebro. Tengo a todos prohibido que me vengan con problemas cuando me
levanto, porque en ese momento los problemas me atormentan y encolerizan. En
todo caso, sólo permito que me anuncien problemas graves e impostergables: accidentes,
crisis, desgracias. En casos así, sólo me queda padecer los problemas, pero en
forma multiplicada. De todas maneras, trato de tomarme todo el tiempo posible antes
de enfrentarlos. Si un sujeto está muerto de hambre, como quien dice en piel y
hueso, incluso levantar su brazo puede costarle un esfuerzo. Hay gente que se
muere de hambre. También hay gente que se muere por un vacío del alma. Junto a
otras cosas, leer es para mí el mentado alimento espiritual. Pábulo del alma. Aprendí
la palabra “pábulo” cuando leí La misión
teatral de Wilhelm Meister.
Lectura y frula (II) |
Cuanta
gente se habrá matado por no haber descubierto que lo suyo era lo intelectual, o
por ni siquiera haberse enterado de que existían los bienes del intelecto.
Tenés que probar el espíritu para ver si te gusta, pero no es fácil de probar.
En esto se parece al whisky. El tema del pábulo espiritual ha sido y todavía es
una de las grandes cuestiones de mi vida. Si no estoy espiritualmente engrandecido,
me dije siempre, no puedo ocuparme de cuestiones prácticas. Pero aclaro que
para mí engrandecerme espiritualmente es hacer algo intelectual, y no ponerme
en alguna postura de chino. En este sentido, leer es lo más eficiente. Es ir a
lo seguro. Estudiar, escribir o incluso pensar: todo eso es más incierto, y
menos contemplativo… En suma, que me levanto mal y, como discapacitado, repto
hasta mi escritorio. Antes me vestí, me lavé y me peiné; tomé psicotrópicos, mate
y café instantáneo. Más café que mate, pero antes era distinto. A veces
postergo los remedios, sin embargo, e incluso el desayuno hasta después de haber
leído los primeros párrafos. Actualmente leo un volumen de, y sobre, Leibniz.
De cabo a rabo y exclusivamente, y esto es muy importante: un mundo, la piedra
filosofal, lo que cambió mi vida, pero no viene al caso. La cocaína es blanca
como el papel. Las palabras son líneas de signos negros. Tras leer los primeros
párrafos ya me siento mejor. Entonces respiro hondo y hago el primer examen de
la situación, del día que empieza. Luego leo más, luego paro, luego vuelvo a
examinar la situación. A veces repito el proceso varias veces. Y así las tareas
prácticas, las responsabilidades, lo cotidiano, lo natural, lo doméstico, lo
normal, lo prosaico, todo eso empieza a parecerme cada vez más posible. Y sigo
así hasta que ya me parece algo, como decirlo…, a la mano.
Lectura y frula (III) |
Los
hiperobesos mórbidos muchas veces mueren jóvenes. Los sabios verdaderos muchas
veces llegan a viejos. Peinar una línea, leer. ¿Serán los cocainómanos lectores
reprimidos? Parece que, cuando son muy adictos, aspirar cocaína les da estímulo
para seguir adelante. Pero por ahí nada que ver. En cualquier caso, a mí la
lectura sí me da ese estímulo. No leo mucho, no obstante, y yo me lo pierdo.
Espero leer cada vez más. Si me voy al cielo, espero que se pueda leer allí. Y
si no, por lo menos seguiré leyendo en cada hora en la que leí. Yo sé que las
siguientes expresiones suenan vulgares y afectadas: Lo necesito para vivir, Me
llena, Es como el aire que respiro… Frases hechas. Todo tan trillado, tan
abyecto. Un sujeto declara el lugar común para darse más talla de la que tiene.
Pobre chabón; pobre mina. Inconscientes. Si se vieran como algunos los ven, se
morirían de vergüenza. Se darían asco. La inconsciencia nos protege del dolor.
La felicidad permitida por la ignorancia, y eso. Retomo: No sólo me pasa al
despertar. A veces necesito aspirar palabras a la tarde, a veces de noche. Retrocedo:
Los que se dan aires a veces despiertan un amor candoroso. Un niño pequeño, una
chica medio tonta, un anciano que narra las proezas de su juventud. Pero hay
sujetos que haciendo lo mismo provocan náuseas. No importa. A veces me doy
sobredosis de televisión. Termino destruido. Repto al fin hasta mi escritorio,
o hasta la cama, y leo. En cierto modo, leo meticulosamente, pero sin detenerme.
Pronuncio bien las frases en mi cabeza y no paro hasta, paradójicamente,
recobrar el aliento. Entonces me voy transformando en un hombre nuevo. Empiezo
a sentirme tan contento. Se disiparon las nubes de nervios; se licuaron los coágulos
neuróticos. Me desperté de una pesadilla de gusanos grises y hierros helados. ‘Pestilencia
de estanque entre lo yerto’, escribió un amigo. Pero ya pasó. Ahora puedo ser
un hombre normal. Hacer las actividades prácticas que me impone la vida. Realizar
un trámite, cambiar una cerradura. Bañarme, ataviarme. Convertirme en caballero
para las damas y en amigo para los hombres.
Porque
aspiré el viento de los dioses. Porque toqué la solidez de las palabras
talladas sobre la página. Porque me comuniqué con los que pensaron, explicaron
o contaron algo. O simplemente porque satisfice mi necesidad, una que no todos
tienen. Hay gente que no lee un libro en toda su vida y que no es infeliz por
ello. Ya no los desprecio. Sólo digo que no es mi caso.
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