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1. Una vez, cuando yo era adolescente... |
Una
vez, cuando yo era adolescente, agarré un libro de Hegel, lo abrí por el medio
y leí: “El principio es el pensamiento”. Cerré el libro enseguida, delirando de
fascinación. Luego olvidé la sentencia durante un cuarto de siglo.
Todavía
conservo el libro. Es un ejemplar de mi primera colección: Los Grandes Pensadores.
Se titula: Introducción a la historia de
la filosofía. No es en realidad un libro escrito por Hegel, sino una
reconstrucción póstuma de sus clases en la universidad. Yo no había tenido
ningún contacto con los libros hasta esos días. Después, siempre los miré medio
de lejos, pero nunca dejé de leer algo. La tapa del libro de Hegel es marrón,
con letras y filetes dorados. Casi seguro, la frase que leí al voleo no fue
exactamente aquella. Tal vez haya sido: “Lo primero es el pensamiento”; en
cualquier caso, recuerdo algo así. Hasta hoy, si bien lo hojeé más de una vez,
nunca leí ese libro. Con razón o sin ella, Schopenhauer y otros me enseñaron a
difamar a Hegel (pero los pocos párrafos que leí de éste también ayudaron). Sin
embargo ahora —desde hace tiempo, en realidad—, me gustaría leerlo, aunque
pueda sufrirlo un poquitín, como leí Ulises,
aunque lo sufrí. Porque voy madurando, y me queda bien. Voy hacia mi fin y, en una
parte del horizonte, veo mis orígenes (refrendo a Eliot por vez n-ésima).
Recupero lo bueno de aquello con lo que crecí, e incorporo elementos que, para
aquel muchacho que fui, hubiesen resultado inaceptables. Los círculos y las
hipérbolas son secciones cónicas.
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2. Hegel |
Una
vez, durante los años en que me transfiguraba, me derrumbé sobre un sillón
metálico, casi exánime. Tan sólo moverme me representaba un esfuerzo. Entonces
me hundí en mis pensamientos. Me dejé llevar. El camino era sinuoso, delimitado
por ansiedades. Era un asfalto de sosiegos, con arcenes de pequeñas contrariedades.
En ciertos tramos, tenía guardarraíles que me separaban de las grandes
preocupaciones —cristalizadas, anquilosadas—. Cada tanto, encontraba mojones
kilométricos que me ubicaban en el mapa de mis problemas —vitales, capitales—. El
camino te lleva. Fue una de mis primeras experiencias. Mi decaimiento físico
cedió una media hora después de haberme sumergido. El pensamiento lo había
logrado. “Si no tenés ganas de hacer nada —sentencié más tarde—, tenés necesidad
de pensar.” No obstante, éste era un pensamiento mucho más exploratorio que
resolutivo.
Es
tan fácil. Todo el tiempo, se diría. Sólo tenés que pararte a pensar. Pero lo normal
no es esto. Lo normal es una más bruta dinámica de la vida, sin mediaciones
reflexivas. Uno parece siempre llevado por las circunstancias, como una
corriente por una tubería. A veces con flujo laminar, otras con flujo
turbulento, pero siempre lanzado por las tuberías. Creo que desde el principio
le di a la frase de Hegel un sentido práctico, seguro que totalmente distinto
al que le habría dado el filósofo. Siempre quise saber cómo alcanzar la
felicidad. Hacia la felicidad siempre apuntaron todas mis reflexiones prácticas.
Pero me rehúso a entrar en esto aquí, pese a que precisamente de esto se trata.
En fin, que es tan fácil. Por ejemplo: En lo inmediato hay un oscuro panorama;
entonces vos tratas de escapar. La negación parece la única alternativa. Pero
mirá, he aquí que te parás y lo pensás. No hacés nada, pero tampoco te evadís.
Simplemente, te quedás quietecito ahí… O bueno, hacé tiempo. Boludeá un poco,
mirá el reloj, suspirá. Mirá el reloj. Date unas vueltas por el lugar. Son formas
de no hacer nada (salvo lo del reloj), para pensar. Primero, pone tu mente
ociosa; luego, pensá en tu preocupación inmediata, lo más específica posible. Proyectá…
¡Ay!, me pongo edificante.
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3. Darín, mirando un poco hacia abajo... |
Como
Hegel, Ricardo Darín me enseñó algo una vez (eso fue antes de que cuestionara a
mi amada presidenta —a propósito: me defino como un “kirchnerista erótico”, por
lo menos—, lo cual no tiene nada que ver, pero lo digo para aportar una nota de
color). Fue en la película “El Aura”. Ahí Darín hacía de un tipo que pensaba
bastante. Pensaba en el sentido práctico del término, que es el que importa
aquí. Pensar para actuar (realmente),
conformando voliciones. El personaje de Darín, hasta donde recuerdo, podía
pensar aun en situaciones de máxima tensión. No era de la pesada (aunque
fantaseaba con ser ladrón), ni un tipo duro, pero sabía estarse tranquilo, y
pensaba. Casi calculaba. En mi recuerdo aparece con aire taciturno, mirando un
poco hacia abajo con ojos ausentes, reflexionando. Si no me equivoco, ese aire
pensativo acompañó a Darín en varios de sus papeles. En fin, que me gustaba
como actuaba. Igual, al diablo con
Darín: Tenés un problema práctico, digamos que uno pequeño, quizá cotidiano.
Entonces, tal vez tiendas a fluir por
las cañerías, hasta la alcantarilla y más allá. En ese caso, no obstante, si te
parás a pensar un poco, podés llegar a darte cuenta de que el problema es fácil
de resolver. Es tan fácil. Por lo menos si tenés un poco de cabeza, lo cual es
el caso de la mayoría de la gente. Y sin embargo, hay sujetos que son capaces
de solucionar problemas teóricos extremadamente complejos, pero que en su vida
práctica obran como idiotas. En eso fui un maestro. Ahora no, porque estoy
mejor. Incluso estoy por mejorar hasta la categoría de “aprendiz de idiota”. No
ser más tonto que eso ya es un logro enorme.
Sé
que me muevo por el borde del infinito. La filosofía es el infinito. Pero me
ando con cuidado para no caer en el abismo. Sólo te digo lo que te dijeron
todos: tomate una pausa. La famosa pausa. Como la del Vasco Olarticoechea. Tenés un problema, grande o chico, y te parás
a buscar la solución. Es increíble lo trivial que suena esto… Pero no voy a
ponerme a la defensiva. No voy a entrar en el tema de la autoayuda, los chantas
y la espiritualidad berreta. Con todo, quiero decir que debajo de las
trivialidades nadan cardúmenes de verdadera información. La idea es practicar
la pesca de lo no trivial, es decir, de las palabras que realmente nos digan algo.
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4. También tiene buenos músculos, ¿no? |
No
siempre tenés que pensar en lo que te preocupa. Si por haber considerado
demasiado un problema de modo pusilánime, ya estás trastornado, dejalo para
cuando vuelvas a estar tranquilo —i.e., hayas recuperado el control, se te haya
ido la obsesión, se hayan drenado los miedos arbitrarios—. De última, hacé
cualquier mierda adictiva o sensual que te saque de ese estado, que te ponga la
mente en otro lado. Mirá boludeces en la tele, por ejemplo.
Esos
tipos que se pasan la vida pensando en sus problemas sin basarse en las
experiencias correspondientes son todos putos. Son como los físicos entre
Aristóteles y Galileo. Son más putos que los que jugaban Barcelona contra
Barcelona en el PES 2012. Pensar de ese modo está bien en matemática, en parte
en metafísica, pero de ningún modo está bien en la vida práctica. Esos
pensamientos son puras confusiones mentales. En una palabra, son cosa de gallinitas.
Además, esos tipos muy inteligentes que se ahogan en un vaso de agua son todos unos
psicóticos, sin conexión alguna con la realidad. Los vuelteros enfermizos
consideran que, a diferencia de los suyos, los problemas de los otros son
fáciles de resolver. Pero luego vienen los
otros y los hacen recapacitar, hasta que todos juntos deducen que la
dificultad es omnipresente. Tienen la mirada turbia; los ojos vidriosos,
inyectados de sangre. Se les cae un chorro de saliva por un costado de la boca.
Luego, alzando sus vasos de granadina o tamarindo, brindan por la dificultad
insuperable de todos los problemas. Es tan fácil. Pero claro, el tema es que a
los problemas de los otros los ven desde fuera, mientras que a los suyos los
ven desde dentro. Sin embargo, la verdadera dificultad radica en que ven sus
propios problemas en condiciones anormales de presión y temperatura. Es que el
miedo es una lente totalmente deformada, y para peor con muchos aumentos y
aberraciones. Todo el mundo lo sabe.
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5. Mirando con ojos ausentes, reflexionando |
Por
lo menos cuando es injustificado —es decir, cuando no hay un león ahí que
quiere comernos—, el miedo cede con el paso de los minutos. La ansiedad tiene
su curva natural de disminución, pero, desde la perspectiva de la voluntad, lo único
que hay que hacer para disipar el miedo es no
alimentarlo con pensamientos pusilánimes (de pajero). Y otra cosa: Cuando
llegamos a un plan, el desgano se convierte en ganas. Y otra cosa más: A la
experiencia “espontánea” que acumulamos en la vida, habría que sumarle
experimentos rigurosamente controlados. Luego habría que analizar amplias zonas
de la experiencia total para conocer mejor nuestras regularidades. Etcétera. Habría muchas cosas más que decir… Pero el
hecho crucial parece ser que uno podría conocer todas estas cosas de manera
teórica y, no obstante, seguir fluyendo por las cañerías, hasta el pozo negro.
Así que tranquilo. Pará la máquina y quedate quieto por un rato. Si es
necesario, da un primer paso errático
para que se te despeje la cabeza. Respirá (¿por qué no?). Sentate, rascate la
cabeza, mirá al techo. Hacete sonar el cuello, inflá el pecho, espirá. Dejá
caer los hombros. En serio: no hagas nada por un rato y examiná la situación.
Tenés que adquirír el hábito de
actuar con inteligencia. Tenés una larga vida de experiencias en la cual
basarte, y a la cual nunca le sacaste bastante partido. Si vieras tus problemas
desde fuera, te cagarías de risa. Pues bien, lo más parecido a eso es pensar cuando
te hayas serenado…
Igual
lamento no haberte sido de ayuda. Todo esto vos ya lo sabías. Pero encarná el
verbo, ¿eh?