Hará dos o tres
semanas. Vi un poco del programa de José Pablo Feinmann, en el que habla de
filosofía política… Decía que nuestros países de Suramérica tenían que tener algo
así como conciencia del clase, saber que son los países pobres. Por esto,
tenían que estar en conflicto con los países ricos; por eso, no debían dejar engañarse por el FMI o entidades por el estilo. Lo que ellos nos
propusiesen a sus habitantes, siempre sería para su beneficio y nuestro perjuicio. Pido
disculpas al señor Feinmann por lo que pueda distorsionar lo que dijo, porque
en todo caso es con la mejor intención; porque en general, en lo más básico,
pienso como él. Creo que estoy de acuerdo con él por más que, desde mi
adolescencia, algunas cosas me hicieron ruido en relación a posturas de este
género. La idea contraria pondría el énfasis en lo siguiente: si un país rico
quiere sacar el mejor partido de un país pobre, no le conviene que... sea pobre…;
se entiende: no le conviene que su pobreza sea mayor de cierto grado, porque un
país de clase media, digamos, le podría ser más útil a un país rico; éste lo podría
explotar mejor, porque un país de clase media siempre será más eficiente y
productivo, y por tanto más rentable. Huelga ahondar. Por esto, parecería que
al país rico lo que verdaderamente le conviene es mantener la diferencia con el
país dominado: la colonia económica debe ser, digamos, tres escalones
inferior en el plano económico que la metrópoli económica...
Esto haría posible que a la
metrópoli le conviniese que la colonia fuese incluso de clase media alta, como
decimos por aquí; para esto, la metrópoli económica debería ser Súper-Rica. Con
todo, en el mundo hay condiciones de desigualdad que sobrepasan toda racionalidad económica intrínseca al sistema capitalista. Yo diría que salvo por una situación de
estrategia de guerra, a ninguna metrópoli le convendría un país en el que prime
la desnutrición infantil. Hablaríamos aquí de una guerra de inteligencia, a la
manera de la guerra fría. La desigualdad absoluta y anti-económica se toleraría en este caso para ganar terreno geopolítico, una vez conseguido el cual se permitiría el
ascenso económico hasta el nivel que le es útil al Imperio. Por lo demás, es
obvio que en todo esto está implícita la tesis verosímil según la cual las riquezas
naturales del mundo todavía bastan para que nadie deba morirse de
hambre, o incluso, me atrevería a aventurar, para que la nación más pobre del
mundo fuese una del nivel económico actual de… la Argentina , pongamos por caso.
En lo que estoy enteramente de
acuerdo con el señor Feinmann es en la noción de lucha. Inevitablemente, los
indigentes, pobres o menos ricos estarán en conflicto con los de clase media,
los ricos y los Mega-Magnates desde el punto de vista económico. La idea de B.
Russell de sustituir la competencia por la cooperación me parece, hoy en día,
utópica. Sólo se coopera al interior de un grupo o clase, y aún en ese caso hay
competencia interna, y muy fuerte cuando hay dinero y poder en juego. Para mí,
en última instancia, la lucha es el estado de naturaleza, pero no sólo del Hombre a lo Hobbes, sino del Mundo mismo a la manera del metafísico. La
realidad es el resultado de un equilibrio de fuerzas, y éstas a veces pujan
entre sí con violencia titánica. Y esto es la Guerra.