Imagen gratuita |
El
tipo no aguantaba más. No podía esperar, tenía que escribir su texto. Acaso todo
el texto debía ser escrito esa misma noche. Pero no estaba en condiciones de
hacerlo: tenía la cabeza aturdida, las emociones coaguladas, los nervios congestionados.
Y respiraba poco. Era como si respirar correctamente amenazara con despertarlo
a la conciencia del dolor. De esta manera, respirar poco semejaba una pulsión
de muerte. Pero el tipo no creía en esas cosas; debía haber otra explicación. El
instinto de supervivencia debería ser realmente básico, omnímodo, aunque muchas
veces pareciera lo contrario. Se relajó, resignado. Igual escribiría lo que
pudiera, porque su urgencia por hacerlo no tenía contemplaciones. Por eso
escribió, pero solamente un párrafo, lo que le dejó una sensación de grotesco. No
obstante, con eso quedó exhausto y libre de necesidad literaria. Comenzaba un
artículo sobre Hawking. Hubiese querido esperar a que el material estuviese
preparado, pero no pudo hacerlo y escribió aquel párrafo. Había comenzado a
escribir de todas formas excusándose en su urgencia, es cierto, pero también
consolándose con la idea de que luego escribiría un ensayo normal, prolijo. Sin
embargo, su proyecto de escribir una segunda versión prolija se vio tan
malogrado como su proyecto inicial de aquella noche.
El
tipo improvisó su proyecto inicial poco antes y durante la escritura del primer
párrafo. Pero a pesar de la improvisación, incorporó en él aspectos
metodológicos muy específicos. Citaría de memoria a medida que los fragmentos
del libro de Hawking (y Penrose) fuesen surgiendo en su conciencia. Incluso
citaría mal, si la presión de su mente así lo imponía. También había incluido
en el proyecto algunos detalles caprichosos: Citaría los números de página con
palabras, y no con números; escribiría “doce” y no “12”. Las citas no aparecerían
entre comillas o separadas por renglones en blanco, sino en cursiva: —En vista
de esto —había considerado el tipo obsesivamente— habrá que saber distinguir las
citas de las palabras aisladas que yo ponga en cursiva por motivos de énfasis.
Al
otro día el tipo borró el párrafo que había escrito, aunque conservó las dos primeras
oraciones. Luego continuó escribiendo. Stephen Hawking no le gustaba.
Proyectado sobre Senate House |
Martins
le había dado la noticia de que el libro había salido. Miró online el stock en
un par de librerías de Corrientes, pero terminó comprándolo en el kiosco de
revistas a una cuadra de su casa, a unos treinta kilómetros de capital, en un
barrio de gente humilde, o por lo menos ignorante. Era un kiosco en el que
hasta hacía poco se vendían las revistas y los libros de Claudio María
Domínguez, y en el que probable y desgraciadamente se volvieran a vender bien dentro
de poco… Ver allí el libro de Hawking-Penrose le pareció algo surrealista. El
libro estaba al mismo precio que en las librerías. Lo compró. Compensó el que
no le hicieran descuento de cliente con el ahorro del viaje a capital. El libro
era delgado y el arte de tapa era bastante berreta. Pasados unos días, el tipo
lo leyó. Entonces se multiplicó en su cabeza la impresión surrealista que había
tenido con ocasión de la compra. El libro no era de divulgación y, para colmo
de contrastes, tampoco estaba dirigido exactamente a físicos cualesquiera. Un
librito que, en el mejor de los casos, podía ser bien comprendido sólo por físicos
teóricos especializados en cosmología y gravedad cuántica generaba un choque
surrealista al verlo expuesto en la portezuela del kiosco de revistas. El libro
estaba al lado de la revista Caras.
Estaba al lado de las revistas de minas desnudas. Estaba al lado de las
revistas de tejido al crochet. ¿Eclecticismo? Más bien parecía una mestura (en el sentido rural-aragonés
del término) podridita. No, Stephen Hawking no le gustaba.
La naturaleza del espacio y el
tiempo, se llamaba el libro. Grupo editorial Random
House Mondadori, sello Debate; noviembre de 2011; 7500 ejemplares. Publicado
acá nomás, en Avellaneda. El libro consistía en una serie de conferencias que, alternadamente,
Stephen Hawking y Roger Penrose habían dado en 1994. A las conferencias seguía un
epílogo más o menos reciente de los autores. —1994 es también el año en el que
Penrose publicó Las sombras de la mente —recordó
el tipo. El libro tocaba temas muy puntuales de física teórica, pero también
eran los temas que precisamente le interesaban al tipo y, en general, a la
gente. —¿O era sólo por la silla de ruedas de Hawking por lo que el libro había
llegado a los kioscos de revistas? —se cuestionó el tipo— No…, tenés el caso de
Einstein… ¿O es que acaso Einstein se hizo famoso por el pelo cano, largo y
desgreñado? Y por los tupidos bigotes blancos; y por la cara de bueno… ¿O
porque sacó la lengua para aquella foto? Vaya uno a saber… Muchos sabios dicen
que Newton fue el más grosso, pero, si esto fue así, ¿por qué Newton no generó
el desmadre de la gente? ¿Porque en el siglo XVII no habían kioscos de
revistas? Igual algo de genuino debe haber en todo esto —pensó el tipo—. La
gente compra estos libros sobre relatividad general, teoría cuántica y
similares. No los lee, pero los compra. Penrose —recordó ahora el tipo— vendió más
de un millón de ejemplares de El camino a
la realidad. Pero tal vez Penrose no se hubiese hecho famoso si no hubiera
sido compañero de Hawking y, a la par, su némesis filosófica; y esto pese a que
Penrose era un físico de gran renombre; pese a que era medio filósofo… Es
increíble lo que puede una silla de ruedas.
Little show |
—Pero
no —se resistía el tipo a pensar mal—, algo de verdadero debe haber en todo
esto. La gente no lee esos libros —insistió—, y mucho menos los más difíciles, pero
los compra. Una parte del instinto filosófico de la gente sabe que, tras el
velo del marketing, en lo profundo de los sueños, algo importante hay.
Matemáticas, física, el universo, todo eso es importante —pensó el tipo que percibía
la gente—. “Algo polenta hay detrás de todo esto que no entiendo —dijo el tipo
como si citara a la gente—: es demasiado críptico como para ser falso.” Y la
gente compra los libros de Hawking y Penrose, y no los lee, salvo algún que
otro chaval, medio ñoño, medio nerd, en cualquier caso desigual. Sólo porque el
justo Lot todavía estaba allí, Yahvé aún no había destruido a Sodoma y Gomorra.
Sólo para que un óvulo sea fecundado, millones y millones de espermatozoides
son lanzados. Esas compras de libros —se dijo el tipo—, ¿tendrán algo que ver
con la llamada “sabiduría de la multitud”? —El tipo vio algo sobre eso el otro
día en la tele (después encontró el video
en YouTube). El tipo creía que el conductor del programa era un físico o un matemático.
Desde que se enteró de la sabiduría de la multitud, el tipo tendió, mediante alguna
apresurada conexión esbozada por su inconsciente, a ver con mejores ojos a la
democracia; como si ella ya no fuese tan sólo la forma de “prevenir las
tiranías”.
—Hummm…
—onomatopeyizó el tipo.
Hawking
como físico: —Y…, no sé —dijo el tipo—, no tengo la competencia para juzgarlo…
(Si tengo tiempo esta noche lo estudio.) Igual parece que el paralítico es
bastante grosso. Parece que la “radiación Hawking” es un logro importante; ¿o
era la radiación Bekenstein-Hawking? Por
otro lado, es cierto que los teoremas de singularidad están muy padres, pero, ¿no
los hizo con Penrose? Y así como los diagramas de Penrose son en realidad los
diagramas de Carter-Penrose, la
teoría del universo ilimitado, ¿no es la propuesta de ausencia de frontera de Hartle-Hawking? Ya pasaba algo similar —continuó
el tipo en tono especulativo— con ese linyera, Einstein: la relatividad
restringida y las transformaciones de Lorentz…;
la relatividad general y los trabajos de Hilbert…
Hoy en día en física, vivos, hay muchos tipos igual o más grossos que Hawking
(el mismo Penrose y Ed Witten, para tomar los ejemplos más conocidos), pero
claro, ellos no tienen ELA, ellos pueden caminar…— Indignado ante estas
palabras, el fiambrero soltó metralla: —¡Pero Hawking es un tipo muy tenaz,
enormemente tenaz! —Mirá —le replicó el tipo—, una persona enormemente tenaz más bien sería un basquetbolista promesa que se
sobrepusiera a la amputación de sus brazos: ése sí que se habría quedado en
pelotas. No quiero decir —prosiguió el tipo jovialmente— que el cuerpo sano no
sea una bendición para todos los seres humanos, sin excepción, pero un tipo que
por sobre todo usa la cabeza no quedará reducido a cero si lo que le falla es solamente
el cuerpo. No lo echará tanto en falta, ni mucho menos, como otro que trabaja
con el cuerpo. —Bueno —dijo el fiambrero un tanto avergonzado—, pero por lo
menos tendrás que reconocer el fino sentido del humor que tiene Hawking. —¡Cualquier
cosa menos eso! —gritó el tipo—. El humor de Hawking es de lo más pedorro que
hay. Es un humor tosco, pedestre, ¡estúpido! Leí una vez que, de pendejito,
Hawking admiraba a Bertrand Russell, pero, evidentemente, de la brillantez
cómica de Lord Russell no aprendió absolutamente nada.
Mecánico |
Hacia
el final de La naturaleza del espacio y
el tiempo hay una especie de debate entre Hawking y Penrose. Allí Hawking utiliza
un poco de su “buen humor” para atacar a Penrose. Pero Sir Roger no contesta las
chanzas y se limita a replicar las objeciones argumentales. Igual el tipo se
preguntó por qué Penrose no le surtía al paralítico. ¿Era solamente por su buen
natural, o porque era demasiado caballero? ¿O era porque discriminaba a Hawking
por discapacitado? En fin, que el tipo recordó que cuando él mismo era mozuelo lo
bienquería a Stephen. “Cosas de adolescentes que se disponen a estudiar física
en la universidad”, pensó. Al tipo también le había gustado la idea de que el
genio de la física teórica fuese un paralítico, porque eso era romántico. ¡Si
hasta él mismo se había mimetizado, cual Zelig, haciéndose un poco el
paralítico! “En los primeros años de la carrera de licenciados en física —recordaba
el tipo—, todos los chicos habían querido ser paralíticos.” Últimamente, Martins
le dijo al tipo que le parecía notable que un sujeto que sólo puede mover un
dedo y que se comunica a través de una máquina sea una persona que se dedica a estudiar
el universo. “¿Era la encarnación de la res
cogitans cartesiana?” —se preguntó el tipo. En fin, que el tipo se
cacheteaba despacito la mejilla y se decía: “Y pensar que Hawking era mi ídolo.”
En aquellos años mozos, solía dirigirse mentalmente al paralítico, diciéndole: “No
te mueras, Stephen Hawking. Esperá a que yo, diploma en mano, vaya a visitarte.”
Aquellos años infelices. “Pero bueno —se consolaba el tipo—, al menos Hawking
quedará en la historia como gran antologista. Como físico también, claro, pero
sobre todo como antologista.” —Porque… —le decía ahora el tipo al fiambrero—,
¿viste que grossa la antología que publicó Hawking el año pasado? ¡Reúne los textos
fundamentales de la mecánica cuántica, los originales! Cojonuda edición de editorial
Crítica, que pasa las 1200 páginas. Y la tapa violeta tan brillante: me mola.
Show de láseres |
Al
tipo le faltaban leer un par de libritos de o sobre Stephen Hawking. Pensaba
leerlos si la vida le alcanzaba. Pero había sentido algún escrúpulo por
disponerse a escribir su artículo sobre la filosofía de Hawking sin que tales
lecturas fuesen previamente completadas. Empero, el tipo apostaba cien contra
uno a que, cuando al fin las completara, tales lecturas no harán más que
refrendar su posición sobre la filosofía paralítica, de suerte que ésta incluso
le parecerá aún más grotesca. Porque lo que ya sabía el tipo sobre la filosofía
de Hawking era suficiente para prever que lo que le faltaba saber terminaría
reforzando su opinión básica. Y su opinión básica, ciertamente, era muy simple:
que, como filósofo, Stephen Hawking era lo menos. Un físico atlético, para qué
negarlo, pero un filósofo paralítico. Buen comerciante, eso sí. El tipo leyó en
Wikipedia que “La primera esposa de Hawking, Jane Wilde, declaró públicamente
durante el proceso de divorcio que él era ateo pero que citaba muchas veces a Dios
en sus libros con fines comerciales”, declaración que al tipo le pareció que aportaba
una nota de color. —¿Te
acordás cuando sacó todas las ecuaciones de su libro de finales de los ochenta
para vender mucho? —le dijo el tipo al fiambrero. —Síii…, ¡qué chabóoooooonnn!
—le contestó el fiambrero, radiante. —Pero a Penrose no le importó poner
ecuaciones, como sabrás. —Sí…, ¡qué chabóoooooonnn…!
—El profesor Cassini me dijo una vez que los físicos no eran buenos
filósofos, con lo cual yo disentí en varios casos y en diversos aspectos. —Claro,
exacto —convino el fiambrero. —Pero no se puede negar que el profesor Cassini acertó
completamente en el caso de Hawking… —concluyó el tipo, pero luego agregó con
gravedad reflexiva:— Es que Hawking parece tener una visión muy distorsionada
de la filosofía, como si confundiera a Platón con Shirley MacLaine.
Aquella
noche el tipo no aguantaba más. Desde hacía cosa de una hora u hora y media, y
durante el corto tiempo en que escribió, había elaborado su proyecto ensayístico
sobre el trasfondo de una incipiente locura. No tenía forma de saber que el
proyecto que pergeñaba sobre la marcha no iba a cumplirse exactamente. Incluso
podría considerarse que, en los primeros momentos, el hecho de terminar su
ensayo esa misma noche formaba parte del proyecto, pero, naturalmente, esto no
ocurrió. Había escrito sólo un párrafo y luego había palmado, víctima del
estrés. Pero no sólo no se cumpliría este aspecto explosivo (y a la vez maratónico)
de su proyecto, sino que tampoco lo harían otros aspectos de detalle: No acabaría
citando los números de página con palabras, sino con números, como todo el
mundo. Tampoco se daría el lujo de citar de memoria, sin literalidad alguna o
incluso mal. Y para colmo, las planeadas citas no aparecerían en cursiva, sino
entre las normales comillas.
Ya
en el principio de La naturaleza del
espacio y el tiempo, las declaraciones filosóficas de Hawking resultaban truculentas:
«… yo soy decididamente conservador comparado con Penrose. Yo adopto el punto
de vista positivista según el cual una teoría física es solamente un modelo
matemático y no tiene sentido preguntar si se corresponde o no con la realidad»
(página 12 de la edición aludida). —¿Conservador? —se preguntó el tipo—, ¿conservador
de qué? Seguramente no del legado platónico, ni mucho menos del agustiniano. Por
otro lado…, ¿solamente un modelo
matemático? Este chico se piensa que la tiene clarísima al determinar la
referencia de la expresión “un modelo matemático”, al punto que puede decir,
por su familiaridad con la cosa y por la inferioridad que le atribuye, que una
teoría es solamente eso, como quien dice: “Eso no es un fantasma;
es tan sólo un gato negro”. Pero aunque algo sea familiar —continuó el tipo,
reflexivamente—, no por ello es conocido: el sol, para qué negarlo, ya era bastante
familiar a los antiguos, pese a que ellos no tenían ni la más remota forma de
saber que en el interior del astro se producía la fusión nuclear.— Y de pronto,
el tipo se impacientó:— ¿Y por qué pretendés ahora que la palabra “realidad” siempre tiene un sentido que vos nunca le das? ¡Vamos, hombre, que la
idea de la vinculación con la realidad está todo el tiempo en la ciencia
natural! Pero si no estás de acuerdo, yo te pregunto: ¿cuál es el sentido exacto de “realidad” que vos negás, tan compadrón?
No creo que lo sepas.
Volando (sólo con el cuerpo) |
Mucho
más adelante en el libro, cuando ya se han gastado los cartuchos matemáticos y
llega el momento de mostrar las cartas filosóficas, Hawking dice: «Él [Penrose] es un platónico y yo un positivista» (p.
158). —¿Y no te da vergüenza? —le preguntó el tipo, como si de verdad lo
tuviese ahí en frente al paralítico—. Eso podía no sonrojar a la gente de la década
de 1940, cuando un grupito de filósofos muy modestos exploró —y el tipo creía
que, pese a todo, de modo saludable— el extremo de la chatura anti-metafísica.— Pero Hawking no sólo
no se sonroja, sino que cuatro renglones más abajo, esboza un paralogismo (“una
bobada”, en realidad, según el tipo): «Yo no pido que una teoría se corresponda
con la realidad porque yo no sé qué es eso. La realidad no es una cualidad que
se pueda verificar con papel tornasol» (p. 158). —Pero che —le dijo el tipo, como
si ahora estuviese tomándose unos mates con el paralítico—, ¿vos no eras
positivista…? Y lo “positivo”…, ¿no era lo real?…
… … ¿Y ASÍ QUE PARA QUE LA REALIDAD EXISTA, si no te entiendo mal, tiene que ser
algo a lo que se le pueda calcular el logaritmo?— Sin embargo, pese a ironizar
así, el tipo se sintió repentinamente desesperado, puesto que él mismo se había
tomado en serio lo que acababa de inquirir, y entonces, contrariado, se pregunto:
—Pero, ¿cuál es el logaritmo de la realidad? ¿Cuál su acidez, cuál su pH, cuál su
alcalinidad?— Con todo, el tipo se recuperó enseguida y, desestimando esta fugaz
obsecuencia, insistió en un punto anterior: —Y otra vez: ¿por qué te encaprichás
en negar que haya algún referente del concepto realidad al que vos te refieras alguna vez? ¡No tuviste problema en
usar positivamente el término “Dios”, pero no sabés a qué se refiere el término
“realidad”!
Ya
hacia el principio de libro Hawking había dicho: «Todo lo que uno puede pedir
es que sus predicciones concuerden con la observación» (p. 12), pero, ciento
cuarenta y seis páginas después, va por más: «Todo lo que me interesa es que la
teoría prediga los resultados de medidas» (p. 158). —¿Así que todo el trabajo
científico que aquellas mentes (entre las más notables de la historia) hicieron
durante siglos tiene el solo fin de ver si la aguja de un aparato se aproxima
lo bastante a una de sus marquitas?, ¿si dos rayitas están más o menos alineadas?,
¿si dos numeritos están cerca? ¿Eso es todo? Me muero —dijo el tipo. Pero luego
agregó:— Stephen, más pobre que Mauricio "Shogun" Rua
ante Jon “Bones” Jones, vos te quedaste charlando con Auguste Comte.
Filosofías análogas |
»Por
lo menos Penrose —se consoló el tipo— hace gala en el libro de aquella sabiduría
proverbial que, al sernos recordada, nos insta a formar grandes pensamientos— A
mitad del libro, Roger Penrose habla de U y R “sin ninguna pedantería
cientificiosa”, según observación del tipo. U es la “evolución unitaria” y, en
cierto modo de presentación, es descrita por la ecuación de Schrödinger. R es
la “reducción del vector de estado”, también denominada “colapso de la función
de onda”. R tiene lugar, como dice el mismo Penrose, «durante la medida de un
sistema cuántico, donde las alternativas cuánticas se amplifican para dar resultados
clásicos distinguibles…» (p. 90). Al tipo le había llamado especialmente la
atención aquel sumario pasaje en el que se ponen de relieve los contrastes
entre U y R, dado que el mismo había evocado en su mente elementos cruciales de
su propio Sistema Epopéyico-Metafísico: «U y R son procesos muy diferentes: U
es determinista, lineal, local (en el espacio de configuración) y simétrico
respecto al tiempo. R es no determinista, decididamente no lineal, no local y
asimétrico respecto al tiempo. Esto diferencia entre los dos procesos
fundamentales de evolución en TC [teoría
cuántica] es notable. Es muy poco probable que R
pueda llegar a ser deducido como una aproximación de U…» (p. 90). El tipo
estaba de acuerdo en que no se comprendería el colapso de la función de onda
sin antes haber hecho progresos mayúsculos en física fundamental, pero
consideraba, modestamente, que también era necesaria una previa y acabada
apertura metafísica. —R me hace acordar a la acción del Espacio Geométrico de Voluntad
o poder creador —pensó el tipo—, mientras que U, evidentemente, evoca la Legalidad
del Mundo, que constriñe a esa misma voluntad geométrica… ¡Exacto! —prosiguió—,
R nos lleva a esa voluntad como cosa en sí irreducible, que llena todos los
espacios insoslayables, mientras que U nos proyecta a aquella legalidad que
baja del tercer universo a través de ondas matemáticas…
Imagen kitsch |
Pero
Hawking lo reta a Penrose. No le gustan las odiseas cuasi-filosóficas del
grande hombre: «No se necesita gravedad cuántica para explicar el gato de
Schrödinger o el funcionamiento del cerebro. Ese es un camino equivocado» (p.
159); «… rechazo totalmente la idea de que existe algún proceso físico que
corresponde a la reducción de la función de onda, o que esto tenga algo que ver
con la gravedad cuántica o la conciencia. Esto me suena a magia, y no a ciencia»
(p. 162) —Pero pará, mostro —dijo el tipo—: la gravedad cuántica, ¿no es lo más
difícil que hay? ¿No es, además, lo más fundamental, en el sentido de que
debería llegar a proveer los conceptos más poderosos para reconstruir el mundo
con racionalidad, de manera que, a la par, se haga honor a toda la descomunal
complejidad del universo, sólo ocultada parcialmente por nuestra familiaridad
animal? Y si es así (que seguro que es así) ¿qué otra cosa mejor podría ser el
candidato básico para explicar al cerebro? Y esto no es una falacia, dear Hawking, porque esto no pretende
ser un argumento válido, sino tan sólo una intuición filosófica lo bastante
obvia como para que los esnobs y los vagos se le opongan radicalmente. ¿Que qué
clase de esnobs? Pues aquellos como el que se apega a una de las dos o tres
filosofías dominantes de su tiempo porque ella, de un modo u otro, le dora la
píldora a su ego. ¿Y qué clase de vagos?
Pues esto es muy simple a la par que lo más importante: son esos tipos que
pregonan la superioridad de su campo de saber o, por lo menos, su autonomía, de
suerte que ello les ahorra el estudiar todo lo que podría tener alguna
influencia sobre su objeto de estudio, pero que es demasiado trabajoso
estudiar. Flojos de mierda. Y para terminar —sigue diciendo el tipo como si de
nuevo lo tuviese ahí en persona al paralítico, pero siendo el caso que al que en
realidad tiene en frente es al fiambrero, en el súper, del otro lado del
mostrador—, con respecto a la conciencia: mirá, Hawking, yo estoy de acuerdo
con vos en un sentido (que seguramente te es insospechado) pero en otro sentido
(que es el que viene al caso) me opongo absolutamente a lo que decís. No creo
que la gravedad cuántica tenga que ver con la conciencia fenoménica (en el
sentido de David J. Chalmers), pero sí intuyo, junto con Sir Roger, que ha de
tener mucho que ver con la conciencia psicológica (en el sentido de Chalmers).
Una
vez Martins le dijo al tipo que lo vio a Hawking en un gran show entre rayos
láser. El tipo se había cagado un poco de risa, pero la noticia no le había
extrañado. Después pensó que aquel show tal vez haya sido el de 2009, cuando a Hawking
lo proyectaron sobre el Senate House de la Universidad de Cambridge. Pero si no
fue ahí y fue en un recital de rocanrol, al tipo tampoco le extrañaría. Hawking
era una superestrella. Hawking era el freak de la física. Hawking era una
mercancía. Era un nombre idóneo, por ejemplo, para firmar extravagantes
antologías de física teórica. Era una historia más del “se puede” tinelliano,
aunque en su caso no se viera bien por qué no se hubiera podido o por qué
hubiese sido tan difícil que se pudiera. Pero igual Hawking calificaba como
golpe bajo y, por tanto, estaba listo para Tinelli. Sin embargo para el tipo
hay un problema con los freak e incluso con los discapacitados del programa de
Tinelli: —No sé por qué —se dice el tipo, ensimismado—, pero siento una gran compasión
por todos los discapacitados, salvo justo
por los que aparecen en el programa de Tinelli. —Y luego especula:— Nuestro
egocentrismo a veces invierte el estado de las cosas. Por eso podemos pensar
que Argentina es quizá uno de los países más poderosos del globo, porque lo
tinelliza al globo. Incluso podría hablarse de una “tinellización del ser”, o de
la cosa, o de la realidad entera. En cualquier caso, al menos podrá decirse que
Hawking está tinellizado.
Listo para Tinelli |
El
tipo cree que a los discapacitados hay que cuidarlos, quererlos y ayudarlos
mucho. Cree que esto debe ser hecho por el Estado y no estar librado a la
“benevolencia” de los particulares. Los discapacitados deben ser protegidos con
el impuesto de todos los ciudadanos. No tendría que ser Tinelli quien “ayudara”
a los discapacitados, sino el Estado. El tipo no ve ninguna razón válida por la
que Tinelli deba levantar paladas y paladas de guita por hacer “caridad” con un
par de discapacitados. Los discapacitados no son iguales a las personas
normales. Los discapacitados deberían gozar de todos los privilegios que la
naturaleza les ha negado. Pero entre los privilegios de los discapacitados no debería
figurar el que se los convierta en estrellas mediáticas fraudulentas… que, para
colmo, engruesan las arcas de un nabo que lucra con todo lo que puede. Por
cosas como estas el tipo a veces hasta les toma bronca a los discapacitados de
Tinelli. Luego se lo recrimina duramente, porque sabe que ellos no tienen ninguna
culpa. Igual el tipo no cree que el discapacitado deba erigirse como héroe
nacional, a menos que realmente lo sea. La cualidad de ser héroe es, prima
facie, tan infrecuente entre los discapacitados como entre las personas sanas.
Pero así como hay héroes entre los sanos, también los hay entre los
discapacitados. Y de hecho nuestro Hawking, a pesar de ser un queso en
filosofía, es un ejemplo de discapacitado que es bastante héroe en el campo de
la física.
El
tipo ama a todos los minusválidos, menos justo a los que aparecen en lo de
Tinelli y al Hawking tinellizado. Todos los discapacitados menos justo esos le
caen bien… Y sin embargo, al tipo no le gustó ni un poquito que la cargaran a la
piba down. No le gustó que la mostraran como parecida a la caricatura de Mamá
Lucchetti. Y la sola posibilidad de que la piba hubiera podido sentirse herida,
hizo que el tipo dudara por un rato si continuaría alineado con el gobierno.