(La siguiente entrada fue escrita poco después de la
medianoche del 21 de junio pasado. Pese a los significativos hechos
posteriores, no ha sido modificada respecto de su versión original.)
Pablo Mouche I |
Hace
un par de horas Boca Juniors pasó a la final de la Copa Libertadores. Buen
partido, pese al cero a cero, que Boca mereció ganar. De todas maneras, antes
que hablar de Boca en su conjunto quisiera expresar la mucha pena que me dio
que Pablo Mouche no hiciera un gol. Una pena de verdad, sincera, nada de
ironías aquí. El caso es que Mouche no convierte goles desde hace ya varios
partidos, y hoy se vio particularmente que, pese a continuar siendo notable en
los desbordes, anda desatinado con la red. Yo quería que gane Boca, puesto que
soy xeneize, pero tanto como esto quería que Mouche anotara un gol. Eso le
daría confianza, desde luego, y la confianza lo haría anotar más goles… Además traería
la alegría boquense, y en especial la mía. Pero, podría preguntarse el amable lector,
¿por qué tanta afición por Mouche? Hasta a mí mismo se me escapaba la respuesta
hasta hace unas horas. Luego comprendí que deseaba que Mouche continuase
haciendo goles porque me identificaba con él. No se trataba, como sería
evidente de movida, de que yo me identificaba con Mouche porque Pablito es buen
mozo y yo también soy un ufano galán. No, nada de esas cosas afeminadas. Se
trataba de una identificación futbolística. La única diferencia era que Mouche
jugaba en el fútbol real, mientras que yo, de momento, sólo lo hacía en el
fútbol virtual, es decir, en los videojuegos que simulan el fútbol —tan bien,
por cierto, pero que tan bien.
Una
vez Gustavo Alfaro, el director técnico de Arsenal de Sarandí, declaró que
Mouche era uno de los mejores jugadores —si no el mejor, no recuerdo exactamente—del
fútbol argentino. Lo declaró en una entrevista que le daba a Fernando Niembro. Pero
antes de seguir con esto, es imperioso hacer un par de juicios objetivos. Primero:
Alfaro es ese desgraciado cuyo equipito le ganó el domingo pasado a Boca
gracias al envalentonamiento que le procuró hacer un gol tempranísimo. En
segundo lugar, comenzaré con la siguiente pregunta: ¿quién es Fernando Niembro?
Pues bien, es un periodista deportivo no del
todo desagradable, pese a ser de una mentecata volubilidad y pese a decir boludeces
con significativa frecuencia. Ahora sí puedo retomar lo que decía. Niembro
entrevistaba a Alfaro antes de los partidos que Arsenal jugaría con Boca en la
fase de grupos de la Libertadores que está por terminar. Pero lo que nos
interesa aquí es que, antes de expresar su admiración por Mouche, Alfaro explicó
algunas de sus propias características de cuando era jugador. Dijo que no la
metía. Creo que jugaba en el medio, pero si era abajo es igual. Lo importante
es que no era delantero, que había reconocido, según dijo, su limitación en lo
que tocaba a sacudir la red contraria. Fue después de soltar este dato
autobiográfico cuando el técnico elogió a Mouche. Y yo, pese a lo aguado que es
Alfaro, le presté mucha atención, aunque sin saber por qué… Ambos simpatizábamos
con Mouche. Pero, ¿a qué se debía esto? ¿A que Mouche era un lindo mozuelo y a
que el técnico y yo éramos un par de putos reprimidos? Desde luego que no, qué
va (si bien no puedo asegurarlo en el caso de Alfaro). Creo que el motivo
principal por el que teníamos afición por Mouche era futbolístico en la
superficie, pero dramático en lo profundo.
Pablo Mouche II |
Tiempo
atrás, según parece, Pablo Mouche casi no hacía goles, pese a jugar adelante. Esto
ocurrió antes de que yo volviera a aficionarme por el fútbol —esta vez más que
nunca— y en particular volviera a seguir a Boca. Pero bueno, he oído que Mouche
no andaba nada bien y que lo puteaban. Parece que esto frustró al muchacho
durante un tiempo. Luego, según el mismo dijo, “practicó la definición” y en
los últimos meses se convirtió en goleador de Boca. Pero ya hace varios
encuentros que no anota, como decía, y el fantasma del arco cerrado vuelve a
acecharlo. En cualquier caso, lo relevante aquí es que a Mouche le cuesta definir.
Este jueves 21 de junio quedó bien demostrado. Yo miraba sus yerros y, tan
frustrado como él, me decía qué fáciles hubieran sido todas esas ocasiones para
Messi —cosa que a la vez me hacía pensar en lo bueno que sería ver al Messi de
ahora recibiendo esos pases de Riquelme…—. Pero dejemos al Messi a un lado y
hablemos de nosotros: de veloz Mouche, del aguado Alfaro, y del genial
Postolov. No obstante, lo que tenemos que decir de nosotros es, prima facie,
muy poco: que nos cuesta definir. A Pablito ahora en el Boca real, a Alfaro
cuando era joven, y a mí en el Barcelona virtual. Encima ahora juego PES, que
es más rápido que FIFA… Por lo demás, quizá ahora resulte evidente que la afición
que Alfaro y yo sentimos por Mouche yace en un motivo mucho más artístico que
deportivo: la identificación con el héroe. Queremos a Pablito porque lucha por
mejorar su déficit, por lograr la frialdad del goleador ante el arco.
Tal
vez Alfaro niegue esta motivación semiconsciente que yo le atribuyo. Tal vez
insista solamente en lo buen jugador que es Mouche más allá de los goles que haga.
Y algo de esto hay, porque realmente Mouche es un buen jugador. Tiene notable
velocidad para desbordar por las bandas y tira buenos centros, o incluso pases
atrás, definitivos… Sin embargo, pese a estos méritos significativos, no creo
que Mouche sea el mejor jugador del fútbol argentino. Tampoco creo que el
hincha de Boca lo quiera demasiado, ni siquiera luego de la pequeña racha de
goles que tuvo en el último tiempo. Los que más podemos querer a Mouche,
desearle el bien, ansiar que anote más goles, alegrarnos particularmente con él
cuando lo haga, somos aquellos que en el fútbol, sea real o simulado, nos
cuesta definir. Yo soy uno de ellos. He sido injustamente derrotado muchas
veces. Me he cansado de bailar a oponentes, presenciales u online, que sin
embargo me ganaron el partido a causa de mi desacierto con la red. Esto es en
extremo frustrante. Por lo demás, es natural que un simplón como Alfaro enseguida
se haya resignado a no meterla. Incluso es posible que Pablito esté a punto de
claudicar. De hecho, hace poco lo escuché decir que él no era un goleador. Lo
dijo con un tono especial… Creí comprenderlo. Había un levísimo quebranto en su
voz. En un fondo recóndito, enterrado, parecía esconder temblorosas lágrimas de
frustración. En el vórtice del túnel del tiempo. Sí, me daría pena que Pablito
se rindiera, pero yo no lo haré. Eso no es opción para mí. No voy a negar que
el del goleador es un don que por suerte no todos tienen; de lo contrario, no
existirían ni el Tarzán de La Pobla
ni el Faraón de Camas. Pero como yo,
en todas las cosas que hago, quiero ser un matador, alguien que sólo hace lo
más difícil y glorioso, no puedo, en el fútbol, renunciar a ser un 11, o un 9,
o, pese a no ser zurdo, un 7.
Pablo Mouche III |
El
tema de que la pelota entre es, en mi opinión, un caso especial del tema más
general del factor anímico y psicológico en el fútbol y, por extensión, en
todas las actividades humanas que involucran una poderosa lucha por la
consecución de un fin concreto. Ya hice mis primeros escarceos en relación al
tema anímico en entradas anteriores de este blog. Pero, como quedará claro, más
que del tema anímico, habría que hablar del tema de la caída anímica. Pues bien, el desarrollo de este tema, según espero,
se dará aquí en entradas futuras. Sin embargo, ahora no quisiera dejar de
mencionar, sin desarrollarlas, algunas de las ideas sobre el particular que, desde
hace tiempo, orbitan el centro estelar de mi alma.
En
la cuestión de la caída anímica, considerada muy en general, aparecen factores
tales como la presión, los nervios y la claudicación de la fe. Ejemplos
arquetípicos de estos tres factores son, respectivamente, la presión que una
gran estrella del fútbol puede sentir a la hora de patear un penal importante;
lo nervioso que se pone aquel a quien le cuesta definir cuando se queda mano a
mano con el arquero; la vergonzosa depresión en que suelen caer los equipos
cuando les meten uno o dos goles —lo que hace que ya den todo por perdido y, en
consecuencia, jueguen como mariquitas—. Todos estos son, desde ya, factores
psicológicos, que poco o nada tienen que ver con las condiciones o habilidades
físicas para el juego, o con cualquier cuestión técnica. Ahora bien, los tres factores
tienen un denominador común, a saber, el miedo. Así el crack que siente presión
tiene miedo a que en el juego no suceda lo que se supone que debería suceder, o que sería natural que
suceda. Y así el que se pone nervioso cuando llega el momento de definir siente
miedo a desaprovechar la oportunidad, porque supone que difícilmente habrá
otra. Por esto, el que se pone nervioso cuando se acerca al arco es similar en
este sentido a cualquier jugador de la cancha cuya fe en la victoria es muy
poca o ninguna. Y el que ha perdido la fe en el éxito es aquel que tiene miedo
a su rival…, se diría… Pero más bien habría que decir que la claudicación de la
fe es miedo a que sea imposible que
ocurra lo que sin embargo puede
ocurrir.
¿Son
todos una manga de cagones? ¿Podemos reducir a esto todo el problema? En
cualquier caso, resulta evidente que el factor psicológico en el fútbol es
enorme. Y acaso sea precisamente por esta enormidad por lo que apenas es tematizado
por los comentadores y periodistas del fútbol. Muy especialmente, apenas es tematizado
por el sujeto que calificaría como “periodista deportivo puro” (según lo
denominó Fabián Casas).
Pablo Mouche IV |
De
momento, considero tres maneras de combatir el miedo. La primera deriva de que,
según parece, hay un factor biológico común entre el miedo y la cólera. En
vista de esto, en ciertos casos puede ser recomendable tratar de trocar el
miedo en ira; hecho conocido, por cierto, que también vemos entre los animales.
Excitar una ira controlada que circule por las reglas del juego es preferible a
permanecer en la depresión del miedo. En segundo lugar, aparece el bloqueo del
pensamiento instado por el miedo. En determinadas condiciones no podemos evitar
sentir miedo, pero sí podemos no ofrendarle los pensamientos que él exige. Si
el bloqueo fuera perfecto, el miedo se desvanecería pronto. El tipo duro es
aquel que, en lugar de tensar su cuerpo y dejar que su cabeza se desboque,
relaja su cuerpo y endurece su cabeza. Por último, en tercer lugar figura la
activación de un pensamiento adecuado que conviva con el temor en cuestión.
Este es un tema complejo, porque es lindero con la cuestión de la fe. En
cualquier caso, ha de ser recomendable ocupar la mente en el modo de destruir
al enemigo en vez de hacerlo en recrear todos los pensamientos instigados por
el miedo al enemigo mismo.
La
cuestión de la fe es compleja, y no voy a entrar aquí en disertaciones
infinitas sobre ella. Con todo, diré que para mí, en el fondo, es eso de
aferrarse a la posibilidad de que lo posible y mejor sea real. En este sentido,
el primer paso hacia la fe es el reconocimiento de que aun las cosas más descabelladas
pueden ser el caso. El pesimista que juzga imposible lo bueno está vencido por
el miedo, y no hay nada más eficaz que el miedo para favorecer el dogmatismo.
(Todo el mundo sabe que el ateísmo es tan dogmático como el teísmo.) Luego, el
camino hacia la fe radicaría en obrar enérgicamente “por las dudas” de que lo
mejor sea verdadero. No se trata de tener la “esperanza” de los blandos, sino
la energía de los que se aferrar a la mejor posibilidad. Un pensamiento reconcentrado
en esta línea y acompañado de una acción enérgica que lo apuesta todo al
objetivo, podrá aumentar nuestra dignidad. Incluso podría convertirnos en héroes.
Tal vez podamos pelear con la elegancia y contundencia de Neo, mientras
Morpheus, que nos observa a la distancia, comenta con solemnidad: Tal vez ha
comenzado a creer. E incluso quizá no se trate tan sólo de la fe del actor,
sino también de la fe del espectador. La parapsicología es una rama de la
ciencia ficción, pero como tal pertenece al ámbito de lo posible, al igual que
los unicornios… Tu equipo está jugando y vos lo ves por la tele. No estás en la
cancha para cantar, gritar o putear. Estás en tu casa. Entonces tenés tres
alternativas: “hacer fuerza” por tu equipo (le vaya bien o mal), dejarlo a la
buena de Dios (tendencia infrecuente), o irte a la cama antes de que se cumplan
los noventa (como a veces hiciste cuando le iba mal). Pero en el caso de que
adoptaras la segunda o (peor aún) la tercera alternativa, ¿qué pasaría si la
parapsicología no fuese solamente posible, sino también real? No podemos estar absolutamente
seguros de que no es real, y menos de que no es posible. Y en el caso de que fuese
real, quizá a nuestro equipo le hubiese ido mejor si lo hubiésemos “apoyado” desde
nuestro living. Entonces, por las dudas: ¡apóyalo!, chaval.
Todas
estas cosas serían una especie de apuesta de Pascal, pero no una que limite el
disfrute de la vida. Soñar no cuesta nada, pero tampoco cuesta demasiado
aferrarse a un sueño. Muy por el contrario, aferrarse al sueño de que lo mejor —que
es lógicamente posible— sea real, es lo único que puede darle verdadero sentido
a la vida. Es lo único que puede hacer que siempre
queramos la vida, en lugar de permanecer en ella por el temor al dolor de la
muerte.
Pablo Mouche V |
Para
terminar, volvamos al caso concreto de un delantero, digamos un extremo derecho,
un siete de Boca, como Mush… Mirá, Pablito: una vez supe de unos gordos
que usaban vestido —chinos, japoneses, qué se yo; orientales— y tiraban con
arco y flecha. Eran una gordos pelados, que te decían que la clavarían en el
centro del blanco. No había opción: si hacían las cosas bien, el fracaso no era
una alternativa. Esos gordos tiraban casi sin apuntar a un blanco muy distante.
El truco era, sencillamente, establecer una unión mística entre el blanco y la
flecha que estaban a punto de soltar. Había una unidad entre los gordos, el
arco, la flecha, el blanco, ¿el mundo? Acertar en el blanco era como si uno se
tocase la rodilla con la mano. El arco y la flecha, el distante blanco, eran
parte de su cuerpo. Y para esos gordos la cosa no era broma, y parece que la
clavaban de verdad… Había comunión entre la pelota y la red. Los gordos eran
uno con el universo.
No
sé, Pablo, pensalo. Tenés la misma edad que Messi, pero eso no debería pesarte.
Sos zurdo como él, y, para mí, tanto él como vos deberían jugar siempre por la
derecha. Acaso pensás en él cada noche, antes de acostarte. Eso no sería malo,
Pablito, porque un Messías está para seguirlo.