(La presente entrada fue escrita el 26 de abril de
2012. Era la madrugada siguiente al día en que tuvieron lugar los hechos
futbolísticos citados en el texto. El primer borrador fue finalizado a las 3:33
a.m. Sí, corrijo las entradas: Internet no debería ser sinónimo de
“cualquierismo”. Tiempos bárbaros los que corren. ¡Pero si mi blog está mejor
escrito incluso que algunos libros académicos de la Argentina! Ni modo: yo no transo
con la chantada. Así pues, ¡sigan mi
ejemplo! ¡Pongan esmero, condenados!)
No
paro de festejar. Río ante la pantalla. Río, a mandíbula batiente. Ganó Boca;
perdió el Real Madrid. Boca pasó a cuartos de final de la Copa Argentina; el
Real fue eliminado de la Champions. Los goles decisivos de Boca los hizo
nuestro bello (no soy homosexual) Mouche. Pero lo mejor es que Cristianito
Ronaldo erró un penal en la serie definitiva. No paro de festejar…, bueno,
ahora sí, un poco, porque las yemas de mis dedos tocan el mundo, y eso me llena
de solemnidad. En cualquier caso, hace unos momentos no paraba de festejar:
blandía el torso, flexionaba los brazos, apretaba los puños en alto, inclinaba
la cabeza, prensaba los abdominales, tensaba el cuello: clásico festejo futbolístico,
y deportivo en general. Mi día había empezado mal: cansancio, angustia y eso.
Pero la angustia es de putos; por tanto, no debo permitírmela. Y el cansancio
venía por el estrés, viste. Pero un estrés particular: el de los obsesivos.
Pero las obsesiones son cosa de caprichos, de chavales miedosos. Luego, un
obsesivo es un chico caprichoso. Qué loco, ¿no? Toda una vida de estudios tras
mis espaldas para llegar a la conclusión de que la angustia es de putos y la
obsesión de caprichosos. Ergo, no seas maricón, pendejo, o te zurro. Varias
patadas en el culo y asunto arreglado. Se terminó; ya está; te enderezaste.
Ahora sos un hombre nuevo. ¿O vas a ser una nenita toda tu vida? “Puto”: el
término no debe ser entendido en sentido homofóbico, sino en el sentido brasileño
de la palabra. ¿Cuál es este sentido? Separaré la respuesta en dos partes.
Primera parte: es un sentido popular. Segunda parte: pregúntenle al profesor
que tuve cuando cursé el tercer nivel de portugués en la Facultad de Filosofía…
¿O fue en el segundo nivel? Bueno, después les consigo el dato. Es muy
importante. Pasemos a otra cosa.
El
apodo más formal de mi sobrino es “Calzoncillito”. El chico es todavía muy
pequeño y le queda bien. En nuestro contexto futbolero suele aparecer un
latiguillo, un cliché, una frase recurrente, una muletilla, una frase hecha:
algo de este tipo de cosas (agradecería al que pudiera determinar exactamente
la categoría). Reza: “¡Qué puto que es Gómez!”. Siempre en el sentido
brasileño, claro. Una frase recurrente. A veces suena musical, casi un adagio.
Yo trato de no participar en este intercambio, pero no se puede con la
persistencia, el capricho, y la inventiva de Calzoncillito. Esto viene a cuento
porque fue el equipo de Gómez el que sacó al Madrid de la Champions. Mario
Gómez, del Bayern de Múnich. Mario Gómez nos cagó a goles incontables veces en
el FIFA 12. De este hecho se deduce el “cliché”. El odio ficcional hacia Gómez
y, por extensión, hacia el Bayern, es enorme. Gómez con su jopo, su culito
parado, su cara de superhéroe de cómic de la década de 1930. Pero hoy, por unas
horas, yo fui alemán. Hoy fui de Múnich. Hoy saludé a Gómez, a Schweinsteiger (que
le pega bien de afuera) y a toda esa manga de malvados alemanes. No pude evitarlo.
Hasta hace poco festejaba, por Boca y por lo del Bayern. Solo, en el pasillo de
mi estudio, sentía que los goleadores me comunicaban esa euforia incomparable que
conlleva marcar un tanto. He aquí mi descargo: el Bayern de Múnich —con Gómez,
es cierto, pero también con Schweinsteiger y Robben (el holandés halado)— le
ganó al Real Madrid. Por tanto, el equipo bávaro le ganó, en particular, a
Cristiano Ronaldo, a ese galancete fanfarrón con cara de Betty Boop. Cristiano
Ronaldo: merengue, pedante, torpe, vulgar, sin espíritu (cito a Schopenhauer
hablando de Hegel). Cristianito Ronaldo, que se erró un penal. Mourinho rezaba
al borde del campo, pero de nada sirvió. Mourinho, el repelente técnico
portugués de un equipo con varios portugueses, conjuraba al Diablo para que
fuera en ayuda de los merengues. Pero nada. Y la pedantería untuosa, por no
decir “grasa”, fue nuevamente derrotada. El bien siempre termina ganando.
Tal
vez mi encono contra Ronaldo sea exagerado, pero realmente no creo que CR7 sea
un buen cristiano. Espero equivocarme, porque entonces venderá todo lo que tiene
y se lo dará a los pobres; en ese caso, serían muchos, pero muchos los pobres alimentados. Me
disculpo con todos sus familiares y fans si estoy juzgándolo mal. Pues quizá,
en el fondo, sea un buen muchacho. Quizá sólo tenga lo que antes se llamaba “complejo
de inferioridad”. En un reportaje, Fabián Casas nos hablaba de la ideología del
amo y del esclavo. El amo, nos decía Casas, era
el que no tenía por qué demostrar nada, mientras que el esclavo siempre tenía
que exhibirse. Y yo me digo: ¡claro!, por eso Cristiano se desnuda el muslo
cuando hace un gol. Nuestro Messi, en cambio, es el amo. Por eso Cristiano le
tiene rencor. En fin, algunos dicen que el cristianismo es la ideología del
resentimiento… Pero nuestro Messi no; nuestro Messi es un buen muchacho. —¿Se
dieron cuenta de que a veces mira como De Niro en sus mejores películas?— Me
mola. Ironías aparte, poniéndonos serios, Messi es una pinturita de muchacho;
su único pecado es tener todos los millones de euros que tiene, pero eso no es
culpa suya. Messi: seriecito, sencillo, y absolutamente genial. Incluso parece bueno,
macanudo, pulenta. Los Cristianos difícilmente lleguen a eso alguna vez.
Para
terminar, un vítor para los autores de la hazaña: los héroes del equipo alemán.
Porque, dígase lo que se diga de los alemanes, no puede negarse que en el fútbol
tienen la gran virtud que predicábamos en la entrada anterior: los alemanes no
se caen anímicamente. Algunos fanáticos incluso dicen que cuando a un equipo
alemán le hacen un gol, ese equipo ya sabe que ganará el partido. Y algo de eso
hay, porque, por más malvados que sean los alemanes, tienen algunas cosas
buenas que enseñar. No sólo tienen a Beethoven, a Goethe, y a Gauss. También
tienen su fútbol. Un fútbol para hombres.