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miércoles, 30 de enero de 2013

Es tan fácil





1. Una vez, cuando yo era adolescente...
1. Una vez, cuando yo era adolescente...
Una vez, cuando yo era adolescente, agarré un libro de Hegel, lo abrí por el medio y leí: “El principio es el pensamiento”. Cerré el libro enseguida, delirando de fascinación. Luego olvidé la sentencia durante un cuarto de siglo.
Todavía conservo el libro. Es un ejemplar de mi primera colección: Los Grandes Pensadores. Se titula: Introducción a la historia de la filosofía. No es en realidad un libro escrito por Hegel, sino una reconstrucción póstuma de sus clases en la universidad. Yo no había tenido ningún contacto con los libros hasta esos días. Después, siempre los miré medio de lejos, pero nunca dejé de leer algo. La tapa del libro de Hegel es marrón, con letras y filetes dorados. Casi seguro, la frase que leí al voleo no fue exactamente aquella. Tal vez haya sido: “Lo primero es el pensamiento”; en cualquier caso, recuerdo algo así. Hasta hoy, si bien lo hojeé más de una vez, nunca leí ese libro. Con razón o sin ella, Schopenhauer y otros me enseñaron a difamar a Hegel (pero los pocos párrafos que leí de éste también ayudaron). Sin embargo ahora —desde hace tiempo, en realidad—, me gustaría leerlo, aunque pueda sufrirlo un poquitín, como leí Ulises, aunque lo sufrí. Porque voy madurando, y me queda bien. Voy hacia mi fin y, en una parte del horizonte, veo mis orígenes (refrendo a Eliot por vez n-ésima). Recupero lo bueno de aquello con lo que crecí, e incorporo elementos que, para aquel muchacho que fui, hubiesen resultado inaceptables. Los círculos y las hipérbolas son secciones cónicas.
2. Hegel
2. Hegel
Una vez, durante los años en que me transfiguraba, me derrumbé sobre un sillón metálico, casi exánime. Tan sólo moverme me representaba un esfuerzo. Entonces me hundí en mis pensamientos. Me dejé llevar. El camino era sinuoso, delimitado por ansiedades. Era un asfalto de sosiegos, con arcenes de pequeñas contrariedades. En ciertos tramos, tenía guardarraíles que me separaban de las grandes preocupaciones —cristalizadas, anquilosadas—. Cada tanto, encontraba mojones kilométricos que me ubicaban en el mapa de mis problemas —vitales, capitales—. El camino te lleva. Fue una de mis primeras experiencias. Mi decaimiento físico cedió una media hora después de haberme sumergido. El pensamiento lo había logrado. “Si no tenés ganas de hacer nada —sentencié más tarde—, tenés necesidad de pensar.” No obstante, éste era un pensamiento mucho más exploratorio que resolutivo.
Es tan fácil. Todo el tiempo, se diría. Sólo tenés que pararte a pensar. Pero lo normal no es esto. Lo normal es una más bruta dinámica de la vida, sin mediaciones reflexivas. Uno parece siempre llevado por las circunstancias, como una corriente por una tubería. A veces con flujo laminar, otras con flujo turbulento, pero siempre lanzado por las tuberías. Creo que desde el principio le di a la frase de Hegel un sentido práctico, seguro que totalmente distinto al que le habría dado el filósofo. Siempre quise saber cómo alcanzar la felicidad. Hacia la felicidad siempre apuntaron todas mis reflexiones prácticas. Pero me rehúso a entrar en esto aquí, pese a que precisamente de esto se trata. En fin, que es tan fácil. Por ejemplo: En lo inmediato hay un oscuro panorama; entonces vos tratas de escapar. La negación parece la única alternativa. Pero mirá, he aquí que te parás y lo pensás. No hacés nada, pero tampoco te evadís. Simplemente, te quedás quietecito ahí… O bueno, hacé tiempo. Boludeá un poco, mirá el reloj, suspirá. Mirá el reloj. Date unas vueltas por el lugar. Son formas de no hacer nada (salvo lo del reloj), para pensar. Primero, pone tu mente ociosa; luego, pensá en tu preocupación inmediata, lo más específica posible. Proyectá… ¡Ay!, me pongo edificante.
3. Darín, mirando un poco hacia abajo...
3. Darín, mirando un poco hacia abajo...
Como Hegel, Ricardo Darín me enseñó algo una vez (eso fue antes de que cuestionara a mi amada presidenta —a propósito: me defino como un “kirchnerista erótico”, por lo menos—, lo cual no tiene nada que ver, pero lo digo para aportar una nota de color). Fue en la película “El Aura”. Ahí Darín hacía de un tipo que pensaba bastante. Pensaba en el sentido práctico del término, que es el que importa aquí. Pensar para actuar (realmente), conformando voliciones. El personaje de Darín, hasta donde recuerdo, podía pensar aun en situaciones de máxima tensión. No era de la pesada (aunque fantaseaba con ser ladrón), ni un tipo duro, pero sabía estarse tranquilo, y pensaba. Casi calculaba. En mi recuerdo aparece con aire taciturno, mirando un poco hacia abajo con ojos ausentes, reflexionando. Si no me equivoco, ese aire pensativo acompañó a Darín en varios de sus papeles. En fin, que me gustaba como actuaba. Igual, al diablo con Darín: Tenés un problema práctico, digamos que uno pequeño, quizá cotidiano. Entonces, tal vez tiendas a fluir por las cañerías, hasta la alcantarilla y más allá. En ese caso, no obstante, si te parás a pensar un poco, podés llegar a darte cuenta de que el problema es fácil de resolver. Es tan fácil. Por lo menos si tenés un poco de cabeza, lo cual es el caso de la mayoría de la gente. Y sin embargo, hay sujetos que son capaces de solucionar problemas teóricos extremadamente complejos, pero que en su vida práctica obran como idiotas. En eso fui un maestro. Ahora no, porque estoy mejor. Incluso estoy por mejorar hasta la categoría de “aprendiz de idiota”. No ser más tonto que eso ya es un logro enorme.
Sé que me muevo por el borde del infinito. La filosofía es el infinito. Pero me ando con cuidado para no caer en el abismo. Sólo te digo lo que te dijeron todos: tomate una pausa. La famosa pausa. Como la del Vasco Olarticoechea. Tenés un problema, grande o chico, y te parás a buscar la solución. Es increíble lo trivial que suena esto… Pero no voy a ponerme a la defensiva. No voy a entrar en el tema de la autoayuda, los chantas y la espiritualidad berreta. Con todo, quiero decir que debajo de las trivialidades nadan cardúmenes de verdadera información. La idea es practicar la pesca de lo no trivial, es decir, de las palabras que realmente nos digan algo.
4. También tiene buenos músculos, ¿no?
4. También tiene buenos músculos, ¿no?
No siempre tenés que pensar en lo que te preocupa. Si por haber considerado demasiado un problema de modo pusilánime, ya estás trastornado, dejalo para cuando vuelvas a estar tranquilo —i.e., hayas recuperado el control, se te haya ido la obsesión, se hayan drenado los miedos arbitrarios—. De última, hacé cualquier mierda adictiva o sensual que te saque de ese estado, que te ponga la mente en otro lado. Mirá boludeces en la tele, por ejemplo.
Esos tipos que se pasan la vida pensando en sus problemas sin basarse en las experiencias correspondientes son todos putos. Son como los físicos entre Aristóteles y Galileo. Son más putos que los que jugaban Barcelona contra Barcelona en el PES 2012. Pensar de ese modo está bien en matemática, en parte en metafísica, pero de ningún modo está bien en la vida práctica. Esos pensamientos son puras confusiones mentales. En una palabra, son cosa de gallinitas. Además, esos tipos muy inteligentes que se ahogan en un vaso de agua son todos unos psicóticos, sin conexión alguna con la realidad. Los vuelteros enfermizos consideran que, a diferencia de los suyos, los problemas de los otros son fáciles de resolver. Pero luego vienen los otros y los hacen recapacitar, hasta que todos juntos deducen que la dificultad es omnipresente. Tienen la mirada turbia; los ojos vidriosos, inyectados de sangre. Se les cae un chorro de saliva por un costado de la boca. Luego, alzando sus vasos de granadina o tamarindo, brindan por la dificultad insuperable de todos los problemas. Es tan fácil. Pero claro, el tema es que a los problemas de los otros los ven desde fuera, mientras que a los suyos los ven desde dentro. Sin embargo, la verdadera dificultad radica en que ven sus propios problemas en condiciones anormales de presión y temperatura. Es que el miedo es una lente totalmente deformada, y para peor con muchos aumentos y aberraciones. Todo el mundo lo sabe.
5. Mirando con ojos ausentes, reflexionando
5. Mirando con ojos ausentes, reflexionando
Por lo menos cuando es injustificado —es decir, cuando no hay un león ahí que quiere comernos—, el miedo cede con el paso de los minutos. La ansiedad tiene su curva natural de disminución, pero, desde la perspectiva de la voluntad, lo único que hay que hacer para disipar el miedo es no alimentarlo con pensamientos pusilánimes (de pajero). Y otra cosa: Cuando llegamos a un plan, el desgano se convierte en ganas. Y otra cosa más: A la experiencia “espontánea” que acumulamos en la vida, habría que sumarle experimentos rigurosamente controlados. Luego habría que analizar amplias zonas de la experiencia total para conocer mejor nuestras regularidades. Etcétera. Habría muchas cosas más que decir… Pero el hecho crucial parece ser que uno podría conocer todas estas cosas de manera teórica y, no obstante, seguir fluyendo por las cañerías, hasta el pozo negro. Así que tranquilo. Pará la máquina y quedate quieto por un rato. Si es necesario, da un primer paso errático para que se te despeje la cabeza. Respirá (¿por qué no?). Sentate, rascate la cabeza, mirá al techo. Hacete sonar el cuello, inflá el pecho, espirá. Dejá caer los hombros. En serio: no hagas nada por un rato y examiná la situación. Tenés que adquirír el hábito de actuar con inteligencia. Tenés una larga vida de experiencias en la cual basarte, y a la cual nunca le sacaste bastante partido. Si vieras tus problemas desde fuera, te cagarías de risa. Pues bien, lo más parecido a eso es pensar cuando te hayas serenado…
Igual lamento no haberte sido de ayuda. Todo esto vos ya lo sabías. Pero encarná el verbo, ¿eh?