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lunes, 2 de julio de 2012

La senda del goleador




(La siguiente entrada fue escrita poco después de la medianoche del 21 de junio pasado. Pese a los significativos hechos posteriores, no ha sido modificada respecto de su versión original.)


Pablo Mouche I
Hace un par de horas Boca Juniors pasó a la final de la Copa Libertadores. Buen partido, pese al cero a cero, que Boca mereció ganar. De todas maneras, antes que hablar de Boca en su conjunto quisiera expresar la mucha pena que me dio que Pablo Mouche no hiciera un gol. Una pena de verdad, sincera, nada de ironías aquí. El caso es que Mouche no convierte goles desde hace ya varios partidos, y hoy se vio particularmente que, pese a continuar siendo notable en los desbordes, anda desatinado con la red. Yo quería que gane Boca, puesto que soy xeneize, pero tanto como esto quería que Mouche anotara un gol. Eso le daría confianza, desde luego, y la confianza lo haría anotar más goles… Además traería la alegría boquense, y en especial la mía. Pero, podría preguntarse el amable lector, ¿por qué tanta afición por Mouche? Hasta a mí mismo se me escapaba la respuesta hasta hace unas horas. Luego comprendí que deseaba que Mouche continuase haciendo goles porque me identificaba con él. No se trataba, como sería evidente de movida, de que yo me identificaba con Mouche porque Pablito es buen mozo y yo también soy un ufano galán. No, nada de esas cosas afeminadas. Se trataba de una identificación futbolística. La única diferencia era que Mouche jugaba en el fútbol real, mientras que yo, de momento, sólo lo hacía en el fútbol virtual, es decir, en los videojuegos que simulan el fútbol —tan bien, por cierto, pero que tan bien.
Una vez Gustavo Alfaro, el director técnico de Arsenal de Sarandí, declaró que Mouche era uno de los mejores jugadores —si no el mejor, no recuerdo exactamente—del fútbol argentino. Lo declaró en una entrevista que le daba a Fernando Niembro. Pero antes de seguir con esto, es imperioso hacer un par de juicios objetivos. Primero: Alfaro es ese desgraciado cuyo equipito le ganó el domingo pasado a Boca gracias al envalentonamiento que le procuró hacer un gol tempranísimo. En segundo lugar, comenzaré con la siguiente pregunta: ¿quién es Fernando Niembro? Pues bien, es un periodista deportivo no del todo desagradable, pese a ser de una mentecata volubilidad y pese a decir boludeces con significativa frecuencia. Ahora sí puedo retomar lo que decía. Niembro entrevistaba a Alfaro antes de los partidos que Arsenal jugaría con Boca en la fase de grupos de la Libertadores que está por terminar. Pero lo que nos interesa aquí es que, antes de expresar su admiración por Mouche, Alfaro explicó algunas de sus propias características de cuando era jugador. Dijo que no la metía. Creo que jugaba en el medio, pero si era abajo es igual. Lo importante es que no era delantero, que había reconocido, según dijo, su limitación en lo que tocaba a sacudir la red contraria. Fue después de soltar este dato autobiográfico cuando el técnico elogió a Mouche. Y yo, pese a lo aguado que es Alfaro, le presté mucha atención, aunque sin saber por qué… Ambos simpatizábamos con Mouche. Pero, ¿a qué se debía esto? ¿A que Mouche era un lindo mozuelo y a que el técnico y yo éramos un par de putos reprimidos? Desde luego que no, qué va (si bien no puedo asegurarlo en el caso de Alfaro). Creo que el motivo principal por el que teníamos afición por Mouche era futbolístico en la superficie, pero dramático en lo profundo.

Pablo Mouche II
Tiempo atrás, según parece, Pablo Mouche casi no hacía goles, pese a jugar adelante. Esto ocurrió antes de que yo volviera a aficionarme por el fútbol —esta vez más que nunca— y en particular volviera a seguir a Boca. Pero bueno, he oído que Mouche no andaba nada bien y que lo puteaban. Parece que esto frustró al muchacho durante un tiempo. Luego, según el mismo dijo, “practicó la definición” y en los últimos meses se convirtió en goleador de Boca. Pero ya hace varios encuentros que no anota, como decía, y el fantasma del arco cerrado vuelve a acecharlo. En cualquier caso, lo relevante aquí es que a Mouche le cuesta definir. Este jueves 21 de junio quedó bien demostrado. Yo miraba sus yerros y, tan frustrado como él, me decía qué fáciles hubieran sido todas esas ocasiones para Messi —cosa que a la vez me hacía pensar en lo bueno que sería ver al Messi de ahora recibiendo esos pases de Riquelme…—. Pero dejemos al Messi a un lado y hablemos de nosotros: de veloz Mouche, del aguado Alfaro, y del genial Postolov. No obstante, lo que tenemos que decir de nosotros es, prima facie, muy poco: que nos cuesta definir. A Pablito ahora en el Boca real, a Alfaro cuando era joven, y a mí en el Barcelona virtual. Encima ahora juego PES, que es más rápido que FIFA… Por lo demás, quizá ahora resulte evidente que la afición que Alfaro y yo sentimos por Mouche yace en un motivo mucho más artístico que deportivo: la identificación con el héroe. Queremos a Pablito porque lucha por mejorar su déficit, por lograr la frialdad del goleador ante el arco.
Tal vez Alfaro niegue esta motivación semiconsciente que yo le atribuyo. Tal vez insista solamente en lo buen jugador que es Mouche más allá de los goles que haga. Y algo de esto hay, porque realmente Mouche es un buen jugador. Tiene notable velocidad para desbordar por las bandas y tira buenos centros, o incluso pases atrás, definitivos… Sin embargo, pese a estos méritos significativos, no creo que Mouche sea el mejor jugador del fútbol argentino. Tampoco creo que el hincha de Boca lo quiera demasiado, ni siquiera luego de la pequeña racha de goles que tuvo en el último tiempo. Los que más podemos querer a Mouche, desearle el bien, ansiar que anote más goles, alegrarnos particularmente con él cuando lo haga, somos aquellos que en el fútbol, sea real o simulado, nos cuesta definir. Yo soy uno de ellos. He sido injustamente derrotado muchas veces. Me he cansado de bailar a oponentes, presenciales u online, que sin embargo me ganaron el partido a causa de mi desacierto con la red. Esto es en extremo frustrante. Por lo demás, es natural que un simplón como Alfaro enseguida se haya resignado a no meterla. Incluso es posible que Pablito esté a punto de claudicar. De hecho, hace poco lo escuché decir que él no era un goleador. Lo dijo con un tono especial… Creí comprenderlo. Había un levísimo quebranto en su voz. En un fondo recóndito, enterrado, parecía esconder temblorosas lágrimas de frustración. En el vórtice del túnel del tiempo. Sí, me daría pena que Pablito se rindiera, pero yo no lo haré. Eso no es opción para mí. No voy a negar que el del goleador es un don que por suerte no todos tienen; de lo contrario, no existirían ni el Tarzán de La Pobla ni el Faraón de Camas. Pero como yo, en todas las cosas que hago, quiero ser un matador, alguien que sólo hace lo más difícil y glorioso, no puedo, en el fútbol, renunciar a ser un 11, o un 9, o, pese a no ser zurdo, un 7.

Pablo Mouche III
El tema de que la pelota entre es, en mi opinión, un caso especial del tema más general del factor anímico y psicológico en el fútbol y, por extensión, en todas las actividades humanas que involucran una poderosa lucha por la consecución de un fin concreto. Ya hice mis primeros escarceos en relación al tema anímico en entradas anteriores de este blog. Pero, como quedará claro, más que del tema anímico, habría que hablar del tema de la caída anímica. Pues bien, el desarrollo de este tema, según espero, se dará aquí en entradas futuras. Sin embargo, ahora no quisiera dejar de mencionar, sin desarrollarlas, algunas de las ideas sobre el particular que, desde hace tiempo, orbitan el centro estelar de mi alma.
En la cuestión de la caída anímica, considerada muy en general, aparecen factores tales como la presión, los nervios y la claudicación de la fe. Ejemplos arquetípicos de estos tres factores son, respectivamente, la presión que una gran estrella del fútbol puede sentir a la hora de patear un penal importante; lo nervioso que se pone aquel a quien le cuesta definir cuando se queda mano a mano con el arquero; la vergonzosa depresión en que suelen caer los equipos cuando les meten uno o dos goles —lo que hace que ya den todo por perdido y, en consecuencia, jueguen como mariquitas—. Todos estos son, desde ya, factores psicológicos, que poco o nada tienen que ver con las condiciones o habilidades físicas para el juego, o con cualquier cuestión técnica. Ahora bien, los tres factores tienen un denominador común, a saber, el miedo. Así el crack que siente presión tiene miedo a que en el juego no suceda lo que se supone que debería suceder, o que sería natural que suceda. Y así el que se pone nervioso cuando llega el momento de definir siente miedo a desaprovechar la oportunidad, porque supone que difícilmente habrá otra. Por esto, el que se pone nervioso cuando se acerca al arco es similar en este sentido a cualquier jugador de la cancha cuya fe en la victoria es muy poca o ninguna. Y el que ha perdido la fe en el éxito es aquel que tiene miedo a su rival…, se diría… Pero más bien habría que decir que la claudicación de la fe es miedo a que sea imposible que ocurra lo que sin embargo puede ocurrir.
¿Son todos una manga de cagones? ¿Podemos reducir a esto todo el problema? En cualquier caso, resulta evidente que el factor psicológico en el fútbol es enorme. Y acaso sea precisamente por esta enormidad por lo que apenas es tematizado por los comentadores y periodistas del fútbol. Muy especialmente, apenas es tematizado por el sujeto que calificaría como “periodista deportivo puro” (según lo denominó Fabián Casas).

Pablo Mouche IV
De momento, considero tres maneras de combatir el miedo. La primera deriva de que, según parece, hay un factor biológico común entre el miedo y la cólera. En vista de esto, en ciertos casos puede ser recomendable tratar de trocar el miedo en ira; hecho conocido, por cierto, que también vemos entre los animales. Excitar una ira controlada que circule por las reglas del juego es preferible a permanecer en la depresión del miedo. En segundo lugar, aparece el bloqueo del pensamiento instado por el miedo. En determinadas condiciones no podemos evitar sentir miedo, pero sí podemos no ofrendarle los pensamientos que él exige. Si el bloqueo fuera perfecto, el miedo se desvanecería pronto. El tipo duro es aquel que, en lugar de tensar su cuerpo y dejar que su cabeza se desboque, relaja su cuerpo y endurece su cabeza. Por último, en tercer lugar figura la activación de un pensamiento adecuado que conviva con el temor en cuestión. Este es un tema complejo, porque es lindero con la cuestión de la fe. En cualquier caso, ha de ser recomendable ocupar la mente en el modo de destruir al enemigo en vez de hacerlo en recrear todos los pensamientos instigados por el miedo al enemigo mismo.
La cuestión de la fe es compleja, y no voy a entrar aquí en disertaciones infinitas sobre ella. Con todo, diré que para mí, en el fondo, es eso de aferrarse a la posibilidad de que lo posible y mejor sea real. En este sentido, el primer paso hacia la fe es el reconocimiento de que aun las cosas más descabelladas pueden ser el caso. El pesimista que juzga imposible lo bueno está vencido por el miedo, y no hay nada más eficaz que el miedo para favorecer el dogmatismo. (Todo el mundo sabe que el ateísmo es tan dogmático como el teísmo.) Luego, el camino hacia la fe radicaría en obrar enérgicamente “por las dudas” de que lo mejor sea verdadero. No se trata de tener la “esperanza” de los blandos, sino la energía de los que se aferrar a la mejor posibilidad. Un pensamiento reconcentrado en esta línea y acompañado de una acción enérgica que lo apuesta todo al objetivo, podrá aumentar nuestra dignidad. Incluso podría convertirnos en héroes. Tal vez podamos pelear con la elegancia y contundencia de Neo, mientras Morpheus, que nos observa a la distancia, comenta con solemnidad: Tal vez ha comenzado a creer. E incluso quizá no se trate tan sólo de la fe del actor, sino también de la fe del espectador. La parapsicología es una rama de la ciencia ficción, pero como tal pertenece al ámbito de lo posible, al igual que los unicornios… Tu equipo está jugando y vos lo ves por la tele. No estás en la cancha para cantar, gritar o putear. Estás en tu casa. Entonces tenés tres alternativas: “hacer fuerza” por tu equipo (le vaya bien o mal), dejarlo a la buena de Dios (tendencia infrecuente), o irte a la cama antes de que se cumplan los noventa (como a veces hiciste cuando le iba mal). Pero en el caso de que adoptaras la segunda o (peor aún) la tercera alternativa, ¿qué pasaría si la parapsicología no fuese solamente posible, sino también real? No podemos estar absolutamente seguros de que no es real, y menos de que no es posible. Y en el caso de que fuese real, quizá a nuestro equipo le hubiese ido mejor si lo hubiésemos “apoyado” desde nuestro living. Entonces, por las dudas: ¡apóyalo!, chaval.
Todas estas cosas serían una especie de apuesta de Pascal, pero no una que limite el disfrute de la vida. Soñar no cuesta nada, pero tampoco cuesta demasiado aferrarse a un sueño. Muy por el contrario, aferrarse al sueño de que lo mejor —que es lógicamente posible— sea real, es lo único que puede darle verdadero sentido a la vida. Es lo único que puede hacer que siempre queramos la vida, en lugar de permanecer en ella por el temor al dolor de la muerte.
Pablo Mouche V
Para terminar, volvamos al caso concreto de un delantero, digamos un extremo derecho, un siete de Boca, como Mush…  Mirá, Pablito: una vez supe de unos gordos que usaban vestido —chinos, japoneses, qué se yo; orientales— y tiraban con arco y flecha. Eran una gordos pelados, que te decían que la clavarían en el centro del blanco. No había opción: si hacían las cosas bien, el fracaso no era una alternativa. Esos gordos tiraban casi sin apuntar a un blanco muy distante. El truco era, sencillamente, establecer una unión mística entre el blanco y la flecha que estaban a punto de soltar. Había una unidad entre los gordos, el arco, la flecha, el blanco, ¿el mundo? Acertar en el blanco era como si uno se tocase la rodilla con la mano. El arco y la flecha, el distante blanco, eran parte de su cuerpo. Y para esos gordos la cosa no era broma, y parece que la clavaban de verdad… Había comunión entre la pelota y la red. Los gordos eran uno con el universo.
No sé, Pablo, pensalo. Tenés la misma edad que Messi, pero eso no debería pesarte. Sos zurdo como él, y, para mí, tanto él como vos deberían jugar siempre por la derecha. Acaso pensás en él cada noche, antes de acostarte. Eso no sería malo, Pablito, porque un Messías está para seguirlo.